Viernes, 28 de Abril de 2006

Informe sobre la prima de belleza

Delia Cabrera

Reconocen de manera generalizada los economistas que ser bello es rentable, según nos informaba ayer El País comentando un reciente estudio de dos economistas. Dicho estudio confirma no sólo que las personas atractivas perciben mayor sueldo por el mismo trabajo; también establece que entre un 15 y un 20% de este superior rendimiento salarial procede de la confianza que sienten los guapos en si mismos y calcula en un 40% el efecto derivado de la comunicación oral y visual.

Siendo como soy proclive a aceptar las conclusiones de tan sesudos informes y sin entrar a discutir su utilidad, por haber sido ya objeto de debate en este blog a propósito de contenidos más enjundiosos, me llama grandemente la atención el enfoque asexual de la noticia, que no parece distinguir entre guapos y guapas, a los que se menciona como aspirantes, candidatos o solicitantes. Concluyo, por consiguiente, que esta prima de belleza, como parece que se denomina al sobresueldo que perciben los agraciados por su cara bonita, no discrimina entre hombres y mujeres.

El susodicho estudio no aclara si los guapos, gracias a su autoconfianza y cualidades comunicativas aparejadas a su belleza, desempeñan su trabajo con mayor eficacia que los feos. De no confirmarse esta hipótesis, mediante un riguroso y extenso estudio (quizás la selección discriminatoria de los participantes debería encomendarse a alguna reputada Facultad de Bellas Artes), propongo la impresión de tal informe en formato libro, con abundantes ilustraciones y una extensa tirada, y su distribución gratuita a través de las diferentes Cámaras de Comercio a todos los empresarios (quizás se pueda prescindir de los autónomos), porque, aunque seguramente ya saben que quien algo quiere, algo le cuesta, podrían decidir que, puesto que alegrarse la vista con la belleza aligera su bolsillo, les trae más a cuenta mirar hacia otro lado con tal de aumentar sus beneficios, contribuyendo, de paso, a incrementar la igualdad social, que es lo principal.

También me permito aconsejar el envío, por aquello de contribuir a la construcción de Europa, de un ejemplar, que podría ser traducido con cargo a los fondos europeos, al actual presidente de muy selecto club organizador del torneo de tenis de Wimbledon, quien haciendo caso omiso a la discriminación por motivo de belleza física –muy comprensible si tenemos en cuenta cómo están casi todos los y las tenistas–, se empeña en mantener la de género, defendiendo la inferior cuantía de los premios femeninos. Y es que, pese a reconocer que las tenistas generan más negocio, al venderse más entradas y más caras en los partidos de damas, su argumento no ofrece resquicio: equiparar los premios supondría “hacer algo que sería profundamente injusto contra los hombres”. Y, claro, de qué nos serviría tal igualdad sin justicia.

Por supuesto, sería conveniente que la Seguridad Social, aprovechando el cuantioso ahorro que va a conseguir gracias a la renuncia de los fumadores –guapos y feos, hombres y mujeres– al tabaco, incluya entre sus prestaciones gratuitas todos los múltiples tratamientos de belleza, incluida la cirugía estética, de probada eficacia para acabar con esta discriminación, pues no conviene confiar a los mecanismos del mercado y la libre competencia asuntos que, como el de la igualdad, son de interés general. Aquí no me atrevo ya a recomendar la elaboración de un nuevo informe, aunque presumo que podría ser de gran utilidad.