Jorge Marsá
La semana pasada, consideraba Jaime Puig que el del último año había sido “El peor Cabildo de la historia”. Es posible que considerara bien. No obstante, el más reciente no nos puede hacer olvidar que han sido tres los años transcurridos de esta legislatura. Y puede decirse, además, que está todo el pescado vendido, que en el año que resta no se espera más de una institución que, en realidad, carece de gobierno, que la llevan una serie de consejeros que van cada uno a su aire y para los que cualquier oportunidad de oponerse a lo que hacen sus socios del otro partido es bienvenida.
Ahora bien, si consideramos los tres años, han pasado cosas; no muy edificantes, es cierto, pero significativas. Probablemente dos cuestiones hayan destacado por encima del resto: la primera, la nueva crisis del PIL; la última, el fracaso de la renovación en el PSOE.
Comenzó la legislatura de la forma más impropia que imaginarse quepa en un Estado de derecho, con la primera institución insular gobernada por un condenado por la Justicia. Después, cuando Dimas Martín entró en la cárcel, comenzó la última de las crisis del PIL, comenzó el principio del fin del factotum de la política insular de las dos últimas décadas. El panorama que se preveía llevó a la mayoría de los cargos públicos del partido a traicionar a su líder y a buscar cobijo en puerto seguro, en CC. Hoy, que Dimas Martín está a punto de volver a prisión, y esta vez para más tiempo, sabemos que el PIL no volverá a ser lo que fue, aunque no podamos saber exactamente lo que será, la fuerza que conservará. Pero estamos en condiciones de asegurar que la caída de Dimas Martín no ha supuesto la regeneración política insular que algunos pensaban, o deseaban, que acompañaría a su declive.
En este proceso, CC intentó una nueva OPA hostil al PIL, una “adquisición” que le permitiera remontar el gris recorrido que ha caracterizado a este partido en Lanzarote. Pocos dudan de que esa OPA estaba pactada con quienes lideraban a los cargos públicos del PIL, que ApL no ha sido más que un intento de lavar la cara a un acuerdo que, de una u otra forma, acabará concretándose y que es contrario al espíritu y a la letra del pacto antitransfugismo. No parece preocuparles mucho; no será la primera vez que las cabezas del cartel electoral de CC son tránsfugas del PIL. Sin embargo, las perspectivas de CC no son en este momento muy halagüeñas, parece que sus resultados volverán a estar teñidos de gris.
CC no se ha terminado de recuperar de la pérdida del PNL. Aunque tampoco este partido parece en condiciones de obtener grandes resultados. Lo precario de su situación política les lleva a posiciones que podríamos calificar de “esquizofrénicas”: un día hacen gala de su apuesta por la contención del crecimiento turístico; al día siguiente se dan cuenta de que entre sus líderes se encuentra José Francisco Reyes, el adalid del crecimiento y el político más cuestionado en la Isla en esta materia; hay quien se extraña de lo mucho que está tardando en vérselas con la Justicia. En fin, un día se refieren a la regeneración y a las nuevas formas de hacer política, y podría ser que acabara por confirmarse que Juan Carlos Becerra y Pedro de Armas iban compartir cartel electoral con Dimas Martín o los suyos: de aquellos odios, estos ridículos.
Hay que recordar que el primer partido que pactó con Dimas Martín su integración en el equipo de gobierno del Cabildo fue el PP. Los populares comenzaron la legislatura dando la impresión de que, por fin, estaban en condiciones de salir de la posición marginal que siempre habían tenido en Lanzarote. Por el contrario, el PP ha vuelto a la casilla de partida, y en peores condiciones, porque ha perdido una buena parte de su capital humano, hasta el punto de que ni a realizar un congreso se atreven. En la primera gran crisis del Cabildo fueron traicionados por José Manuel Soria; en la segunda, por Manuel Fajardo; y en ambas, por su torpeza.
Alternativa Ciudadana ha confirmado que su reino no es de este mundo, que con ellos no se cuenta, ni para lo bueno ni para lo malo, ni para nada. La organización se dedica al teatro y a la ideología, dicho de otra forma, a montar espectáculos y a cargarse de razón. Así que, como no es la política asunto que este partido considere propio, a nadie puede extrañar que, pese al éxito electoral, su influencia en la política insular haya sido tan escasa. Pese a ello, la actuación de los que actúan, y el nivel político de un sector de la población siempre abierto al populismo, de derechas o de izquierdas, hace que sus expectativas de que se incremente el “voto del cabreo” se vean confirmadas por las encuestas.
El fracaso socialista
En una situación política como la dibujada, pocas dudas había de que el futuro era de los socialistas, de que ganarían con claridad las elecciones de 2020. Aún es probable que el PSOE sea el partido más votado en esa fecha, pero parece seguro que su resultado se alejará notablemente del que podía haber sido de no haber fracasado su proceso de renovación. No es lo mismo ganar con un triste 27 ó 28% que haberse acercado al 40%, cifra que, por expectativas y por cómo estaban sus adversarios, no constituía ninguna quimera.
El fracaso de Manuel Fajardo ha sido de consideración: sus meteduras de pata han jalonado los seis años que lleva de secretario general, tiempo durante el cual ha resultado incapaz incluso de imponerse en su propio partido, que sigue en las manos de Miguel Ángel Leal, quien no ha tenido empacho en declararle abiertamente la guerra con la impresentable aprobación del PEPA en el Ayuntamiento de Arrecife, esto es, de aprobar lo que Manuel Fajardo y Carlos Espino, el número uno y dos del partido, defendían que no debía aprobarse.
No obstante, el crédito político de Fajardo comenzó a agotarse con el pacto de gobierno que alcanzó hace poco más de un año con sus más claros adversarios, con CC y los tránsfugas, con quienes hoy aparecen como los únicos beneficiados del acuerdo. Y el crédito “ético” quedó en números rojos en esa ocasión al traicionar de mala manera sus acuerdos con el PP. Parecían pensar los socialistas que todo quedaría olvidado con el paso del tiempo y con su acción de gobierno. Y el tiempo ha pasado, pero su acción de gobierno durante el último año ha puesto de relieve la incapacidad para la política del que un día se consideró el “mirlo blanco” socialista.
No parece exagerado decir que el PSOE no ha dado una a derechas, ni a izquierdas, durante este año. Hasta la fecha, sus socios de gobierno han logrado acabar con sus dos apuestas fundamentales: la contención del crecimiento turístico y el urbanismo de la capital. El PSOE no sólo ha sido incapaz de sacar adelante su Plan Territorial, sino que ha visto incluso cómo desautorizaban a su consejero. ¡Quién hubiera dicho hace un año que una persona como Inés Rojas iba a torear de semejante forma a Manuel Fajardo y a Carlos Espino! Y en Arrecife tres cuartos de lo mismo: pese a tener la concejalía de urbanismo, la fraudulenta Adaptación Básica de María Isabel Déniz sigue sin corregirse, el catálogo de Patrimonio es el que es y aprobado de la forma en lo fue. Y la última guinda ha sido la que comentábamos, que los concejales socialistas apoyaran el modelo urbanístico de la alcaldesa, el PEPA contra el que ellos mismos habían alegado.
Hay quien piensa que la aprobación del PEPA supone el definitivo certificado de defunción de lo que hace seis años se llamó la regeneración del PSOE. Hay quien piensa que a Manuel Fajardo ya poco le queda: un gesto para abandonar el escenario dignamente, o salir por la puerta de atrás del partido de Miguel Ángel Leal. El comité insular que los socialistas celebraron el viernes deja poco lugar para la esperanza: nada ni a nadie se cuestionó allí.
Podría pensarse que tan sonoro fracaso socialista tampoco puede beneficiar al sector “pilista” del PSOE. No es ese el problema de Miguel Ángel Leal; su problema es que no estaría en condiciones de controlar férreamente un partido pujante, un partido con expectativas y personas capaces de impulsarlas. Su capacidad es limitada, y lo sabe; así que mejor un partido a su medida y con el 27 ó 28% de los votos que un partido triunfador en el que su papel tendría que ser por fuerza bien distinto. Mejor rodearse de mediocres que abrir el partido a quienes probablemente acabarían siendo sus sepultureros. Además, en 2020 va resultar tarea sencilla la suya: partido ganador (con los efectos Zapatero y Aguilar y la situación de los adversarios será suficiente); pocas cuentas le pedirán por lo que no ganó, por lo pírrico de la victoria. Y Leal se encontrara en su ecosistema político ideal: el pacto con el PIL o con los ex-PIL.
En fin, dos han sido en mi opinión los nombres propios de esta legislatura que doy por amortizada: Dimás Martín y Manuel Fajardo. A los dos les queda ya poco recorrido, uno se encamina hacia la cárcel y el otro hacia su casa (la duda es si antes o después de la cita electoral), ninguno deja tras de sí gran cosa. Pero la triste situación de la política insular no termina ahí: el Cabildo y el Ayuntamiento de la capital presididos por dos tránsfugas; piensen en los personajes que presiden los otros seis ayuntamientos; añádanle a la suma la muerte por inanición o por asalto de partido de aquello que pomposamente llamábamos “la sociedad civil”, la guerra empresarial y las escaramuzas en el ámbito de los medios, y el resultado es… el panorama de la política en Lanzarote.
LZ-III
12:47 | 31 Julio 2006 | Permalink
Se le ve quemado al Marsá con el PSOE, ¿qué esperaba? O es que no sabía que a Manolo Fajardo lo había puesto ahí Miguel Ángel Leal? Y si prefiere rodearse de mediocres, por algo le pondría, digo yo. No, si ilusos hay unos cuantos por este blog.
nano
12:49 | 31 Julio 2006 | Permalink
Eso no puede ser política. Esa batalla constante entre partidos. Ese todo contra todos y aun todos contra sí mismos no puede llamarse así. Le podemos poner otro nombre, guerra por el poder, por ejemplo. Pero no es política. La política consiste en trabajar por sacar las “polis” o ciudades adelante. Consiste en que los ciudadanos vivan lo mejor posible, en que las calles estén limpias, que no haya delincuencia, que todos tengan trabajo. Inependientemente de quien gobierne y de quien estén en la oposición. Eso debería ser hacer política. Lo otro no es hacer política, lo otro es tratar de encaramarse a la poltrona y seguir ahí todo el tiempo que haga falta. Cuanta confusión.
Mahe
12:59 | 31 Julio 2006 | Permalink
Totus tuus, Miguel Angel, ego sum, Manolo Fajardo dixit.
Buen análisis de la cosa insular, y reflexión para el inicio escolar en septiembre. Jorge, si tuvieran un poco de verguenza, tu nombre sería Remordimiento, pero ninguno de ell@s posee esa virtud, aunque sí el conocimiento de las limitaciones de la población y su complicidad.
Carmen Delgado
13:08 | 31 Julio 2006 | Permalink
Si que es bueno el análisis. Muchas veces disiento con Marsá, pero reconozco que es bueno escribiendo y que tiene la virtud de decir las cosas claritas, artículos como este no se ven en otros sitios.
EL GRILLO
13:25 | 31 Julio 2006 | Permalink
A LO MEJOR LO QUE VOY A EXPONER NO VA CON EL TEMA PERO LO TENGO QUE PREGUNTAR, DICEN LOS DEL PSOE QUE VAN A TIRAR EL PAPAGAYO ARENA ESE FANTASTICO HOTEL A LA ORILLA DE LA MAR EN PAPAGAYO, Y MI PREGUNTA ES ¿ QUE DIA DE QUE MES DE QUE AÑO ? NO ES POR NADA, BUENO SI, COMO LO VAN A TIRAR YO ERA POR SI SE PODIA APROVECHAR EL ALUMINIO DE LAS VENTANAS, LAS CONTRAVENTANAS, O QUE VAN HACER CON LAS PUERTAS, PORQUE A MI ME INTERESARIA IR CON UN CAMION Y LLENARLO PARA LA OBRA DE MI CASA.
Fu Mao
14:38 | 31 Julio 2006 | Permalink
¿Y si en vez de tirarlo se socializa?
podría ser el comienzo de una gran amistad
nos ahorramos el derribo, los escombros y tenemos un edificio de puta madre pa hacer cosas
Antonio Suárez
16:12 | 31 Julio 2006 | Permalink
Suscribo totalmente lo que dice Carmen, me quito el sombrero Marsá porque es un artículo de primera.
pedro
16:50 | 31 Julio 2006 | Permalink
eh¡
chafalmeja
19:26 | 31 Julio 2006 | Permalink
Iba a poner algo, pero el comentario de pedro me ha dejado sin palabras. Que agudeza, que capacidad de resumir, y no digo más por no liarla, que calladito estoy más guapo.
Jorge Marsá
19:27 | 31 Julio 2006 | Permalink
Artículo publicado hoy en Basta Ya.
El juego de los abuelos y la Ley de la Memoria
Carlos Martínez Gorriarán
Parece que la reacción generalizada contra el presuntuoso proyecto de Ley de la Memoria Histórica ha servido, al menos, para que el presidente Zapatero se replantee un poquito la cuestión de los límites del poder ejecutivo, que por muy legítimo que sea no tiene entre sus competencias dictar la “verdadera historia”, esa que todos los escolares deben aprender. El hecho de que la ley proyectada, ahora llamada de Víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura, disguste tanto a la derecha –el PP ya ha anunciado su rechazo a la ley por inútil e inoportuna- como a la izquierda más revisionista del pasado reciente –IU considera absolutamente insuficiente todo lo que no sea derrotar a Franco con carácter retroactivo- es una coincidencia que pretende presentarse ante la opinión pública como demostración definitiva del equilibrio de su redacción y de lo justo de sus objetivos legislativos.
Pero resulta difícil a priori reconocer nada semejante a una ley pactada con PNV y CIU, sin dudas dos ejemplos dudosísimos, sobre todo el primero, de interés alguno por la verdad histórica. Por cierto, el próximo 26 de agostoo es el aniversario de la rendición del Gobierno Vasco en Santoña a las tropas italianas auxiliares de Franco, el llamado Pacto de Santoña que, en realidad, fue una traición en toda regla a la República. Si la preocupación de Zapatero es reinstaurar la verdad de los hechos históricos no deberá pasar por alto el recuerdo oficial de uno de los episodios político-militares más vergonzosos de la guerra civil, pero como en materia de apoyos parlamentarios la verdad histórica ni pincha ni corta, podemos profetizar sin riesgo a equivocarnos que no habrá conmemoración oficial ni oficiosa alguna de la traición nacionalista.
Puesto que el objetivo de la ley de marras no es establecer la verdad histórica –asunto arduo donde los halla, siempre lastrado por la perspectiva de la investigación, incluso de la más objetiva en principio-, como se deduce de la aceptación zapateriana del apoyo peneuvista a su ley memorística pro-republicana, en ese caso, ¿cuáles son los objetivos legislativos de una ley de esa naturaleza? Vamos a ello, pero primero tomemos un desvío biográfico que me parece de sumo interés.
En su blog de ayer, el siempre sagaz y bien informado Santiago González sacaba a colación una oportuna y vieja foto donde puede verse a un caballero que es el mismísimo retrato de don José Luís Rodríguez Zapatero. Faustino Zapatero Ballesteros es el abuelo paterno de nuestro presidente, y de hecho el único que conoció realmente, ya que el materno, como se ha hecho archifamoso, murió fusilado en la guerra civil. Zapatero le da tantísima importancia a la figura de ese abuelo mítico que, con poquísimo tacto para el resto de la humanidad, lo sacó a relucir ante los Pagazaurtundúa como ejemplo de que él y su familia también habían padecido los zarpazos de la condición de víctimas de la violencia política.
Abuelos ausentes y olvidados
¿Porqué no habla nunca de ese abuelo paterno alguien tan sinceramente interesado en sus antepasados recientes? La primera razón, como se documenta en el blog de Santiago, es que este hombre luchó en el bando equivocado, es decir, con Franco y contra la República. La segunda, menos obvia, es que este hombre era un abuelo de verdad, que el presidente trató y conoció (murió en 1978). Sin entrar para nada en las cualidades humanas de este abuelo, o en la calidad de las relaciones que mantuviera con su nieto, hay algo que llama la atención en todo esto: que el abuelo imaginado es sin duda mejor para su nieto que el abuelo conocido. Nuestro presidente está demostrando que dedica muchísimo tiempo a tratar de dar alguna solidez a ciertas fabulaciones míticas que considera más atractivas que la tenaz, fea e ingrata realidad. Las preferencias presidenciales en materia de abuelos son un ejemplo de aprecio por las fábulas antes que por la realidad, algo no tan raro como pudiera parecer. Lo curioso del caso es que nadie así había conseguido, hasta el momento, auparse a la Presidencia del Gobierno español, y menos todavía aprovechar la ocasión para arreglar a su gusto la historia, sacando del escenario biográfico al abuelo auténtico pero pecador –el franquista- para elevar en su lugar al imaginado y virtuoso.
No hay mucha sutileza psicológica en todo esto: en realidad, parece un juego de sustitución de la historia real de España por una historia imaginada a través del juego personal de los abuelos. El abuelo fusilado encarna a la República derrotada, ciertamente. Es tan desconocido íntimamente para Zapatero como lo es la República histórica derrotada en la Guerra Civil –aunque precipitada a esa derrota mucho antes, entre otras causas por las veleidades revolucionarias del PSOE. Se suele decir que todos los españoles actuales de la generación de Zapatero tienen dos abuelos, uno republicano y otro faccioso (así les llamaba la prensa republicana), pero es falso. Yo mismo tuve dos abuelos republicanos –muy poco significados, es verdad, pero ambos derrotados-, y Rajoy dijo hace poco que él no tuvo ninguno con color politico, lo que no es ciertamente menos asombroso. Pero volvamos a la pretensión de Zapatero de aprobar una ley que, como se va viendo, es una ley de la Memoria Personal Creativa con pretensión de fundar una Memoria Colectiva Oficial a imagen –más o menos- de las preferencias fabuladoras del presidente, que no es poco. Podemos resumir así el intento: el mejor abuelo es el desconocido y muerto, un principio que aplicado a la historia española viene a decir: la verdadera Historia de España es la que nunca tuvo lugar. En esa historia admirable, la República es un régimen virtuoso apoyado por un Pueblo ejemplar y unido que gana la guerra en nombre de la Democracia y de la Justicia a los facciosos armados por Hitler y Mussolini. Que esto nunca haya ocurrido no implica, parece ser, que no pueda ser “conmemorado” como una admirable oportunidad perdida.
Antifranquismo retroactivo
El juego no se limita a disponer de los abuelos. Hace unos días reproducíamos en este periódico un artículo de Mario Sáez de Buruaga, “El color del Presidente”, publicado en El Correo, donde se nos explicaba que el muy antifranquista presidente Zapatero fue un riguroro desconocido en las luchas universitarias de la Transición en la universidad leonesa, donde cursaba sus estudios. Hay que alabar la presciencia del presidente para reservar sus fuerzas e integridad física y moral para gobernarnos en el futuro, en vez de sacrificarse en luchas políticas normalmente de signo muy izquierdista –lo más moderado del panel político universitario de la época era el PCE- y futuro peor que dudoso, pero este reconocimiento a la lucidez no debe despistarnos de que en este caso vuelve a repetirse ese patrón de conducta presidencial observado respecto a los abuelos: del mismo modo en que Zapatero se olvida cuidadosamente de su abuelo paterno franquista vivo para reservar todos sus afectos públicos y vindicativos al atrozmente fusilado abuelo materno, también el presidente elige, treinta años después, la militancia en una izquierda universitaria antifranquista con la que tuvo sumo cuidado de no mezclarse cuando tuvo la oportunidad.
Dicho de otro modo, y para ir acabando, Zapatero está demostrando ser un campeón en la laboriosa tarea de ganar guerras de modo restrospectivo, haciendo realidad -al menos legislativa- lo que no hubiera pasado de otro modo de simple fantasía contrafáctica. ¿Porqué no hacer lo mismo con, por ejemplo, el Pacto de Civilizaciones, legislando retrospectivamente que Cruzados e Islam llegaron a forjar una gran y tolerante amistad mutua en los tiempos de Ricardo Corazón de León y Saladino? Bastaría con esforzarse un poco. Lo malo es que los políticos deben legislar sobre problemas del presente, y no limitarse a hacer parcialmente presentes problemas extraídos del pasado. Si no fuera así, Zapatero sería uno de los grandes líderes mundiales, legislando retrospectivamente arreglos históricos para que Espartacus derrotara a los esclavistas romanos o o las huestes de Moctezuma y Atahualpa se impusieran a los invasores españoles, restableciendo así esa Justicia que la historia de verdad burla casi siempre.
Pero, a falta de ideas, recursos y coraje para enfrentarse a la injusticia y el disparate en los tiempos actuales, ¿qué mejor idea que dedicarse a reparar mediante el BOE las injusticias del pasado? Del mismo en que la solidaridad de los “turistas del ideal” siempre encuentra más adecuados los países lejanos y las sociedades remotas que las propias y cercanas, así también es posible huir del presente y de sus intrincados problemas para refugiarse en el enderazamiento de la historia no que fue, sino aquella –le parece a uno- que debería haber sido.
Ricardo
20:03 | 31 Julio 2006 | Permalink
Marsá pinta un panorama bien crudo en este artículo y eso que se ha dejado en el tintero los momentos de gloria de algún que otro ayuntamiento.
mc
20:40 | 31 Julio 2006 | Permalink
Es Negativo Viendo El Ninguneo Esta Negro Adan Da Artimañas De Ostias Seguras En Sitios Tan Armados Islas Sois
Javier Díaz Reixa
17:40 | 1 Agosto 2006 | Permalink
A vueltas con el tema de “la memoria”. Artículo de hoy en La Opinión de Tenerife
Remover el pasado
Elsa López
El gobierno de Rodríguez Zapatero va a cumplir su palabra y va a intentar poner en marcha una nueva ley con la que se haga extensiva la ya existente que defiende a los contendientes de un bando de la guerra civil española. Ahora quieren los legisladores que se hable también de los otros, de aquellos que “padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura”. Y quieren que se les concedan ayudas y privilegios a sus familiares y a ellos el reconocimiento lógico de lo que hicieron por una patria por la que actuaron de la única manera que para ellos era la mejor: defendiéndola, protegiéndola y siendo leales a unas leyes y a una constitución a la que en su día juraron fidelidad y lealtad. Militares y civiles que no traicionaron a la República están ahí esperando se restaure su buen nombre y su lealtad a España. Porque ellos fueron leales a su país, a su patria, y a las leyes de esa patria, y, bien mirado y puestos a contar verdades, fueron los otros, los que se alzaron contra la patria y la constitución, los únicos traidores. Esa es la verdad que debe resplandecer por encima de intereses políticos y mentiras históricas. No tiene razón el PP cuando dice que el gobierno va a remover el pasado y que el pasado no se debe remover porque eso hace daño a la sociedad, un daño inútil que no conduce a ninguna parte. Es un error y una mentira. Sí que se debe remover el pasado; y si hay mierda debajo debe ser removida para esclarecer a nuestros nietos la verdadera historia de nuestro país. No la que escribieron sólo unos: una historia unilateral y sesgada; sino esa otra que fue silenciada y que fue escrita por una buena parte de los contendientes. Queremos remover el pasado; queremos saber, aprender nombres, batallas, heroicidades, muertes, fusilamientos, decretos injustos; queremos los nombres de aquellos que llamaron guerra a un crimen organizado, nombres de quienes, sin un juicio justo, sellaron bocas y dieron el paseíllo a sus compañeros de juegos, a sus hermanos, a sus vecinos. Queremos remover la tierra y los montes buscando cadáveres en las tumbas excavadas entre los pinos; queremos saber cuántos fueron arrojados vivos en las grietas de nuestros acantilados; queremos escribir en las paredes los nombres de aquellos que desaparecieron de nuestros hogares, de nuestras escuelas, de nuestros pueblos. Queremos remover el pasado, si, y volver a escribir la historia de España con o sin don Pelayo, que, si lo analizamos fríamente, vaya usted a saber quién o quienes adornaron a capricho ese capítulo de nuestro pasado. Que ya vendrán, ya, quienes demuestren los crímenes y la perfidia de Isabel de Castilla y de otros reyes y gobernantes nuestros. Que los mismos que nos cambiaron la vida y la historia obligándonos a creer en una patria que no era libre ni grande ni enteramente libre de culpa, pretendieron, no hace mucho, subir a los altares.
Jorge Marsá
10:23 | 2 Agosto 2006 | Permalink
No todos los socialistas catalanes han devenido nacionalistas, y algunos de ellos trabajan organizadamente para corregir esa deriva nacionalista que en la dirección del partido es ampliamente mayoritaria. Trascribo aquí un manifiesto que se publicó ayer en la edición de Cataluña de El Mundo:
Agora Socialista, una de las corrientes críticas del PSC, ha hecho público un manifiesto en el que expresa sus temores de que la aplicación del nuevo Estatuto contribuya a crear una situación de «monolingüísmo» en Cataluña. Ello podría tener consecuencias negativas sobre la inmigración y las clases más desfavorecidas, subraya el comunicado. Agora Socialista pide una interpretación generosa del Estatuto para no discrimar a los castellano hablantes. Y expresa su temor de que el desarrollo estatutario impulse «una situación de privilegio» que agrande las diferencias con el resto del Estado. Todo ello son verdades como puños que la dirección del PSC ha preferido ignorar. Pero los peligros que denuncia Agora Socialista existen. Ojalá las bases del PSC acaben por darse cuenta de lo disparatado de este Estatuto, que rompe con muchos de los principios tradicionales de la izquierda. A continuación, transcribimos el manifiesto íntegro:
Realizado el referéndum sobre el Estatut y vista la respuesta ciudadana mediante su ejercicio del voto, desde AGORA SOCIALISTA:
1 Consideramos que los resultados obtenidos en el Referéndum estatutario avalan las tesis defendidas por AGORA SOCIALISTA sobre el carácter elitista de la propuesta de sustitución (disfrazada de reforma) y de la falta de apoyo popular claro y contundente a la misma.
El único «clamor ciudadano» en favor del estatuto, de acuerdo con las cifras oficiales, ha quedado reducido al de los dirigentes de los partidos nacionalistas y afines (PSC, CIU, IU) y la única «participación masiva» ha sido la mediática y el apoyo financiero a la campaña del «SI».
2 AGORA SOCIALISTA asume la validez legal y jurídica del nuevo marco (A salvo de posibles intervenciones del T. Constitucional).Aceptado esto, ponemos en entredicho, por la filosofía implícita en el texto, su validez como herramienta para la realización en la igualdad de todos los catalanes. Pero también, por los ínfimos resultados, creemos que no es una base útil para el desarrollo normativo y reglamentario en la dirección que señalaban los promotores del texto originario.
Por ello, en consonancia con los puntos principales señalados en nuestro primer Manifiesto, consideramos inviable, además de injusto, el intento de forzar la implantación de un sistema territorial de corte confederal que dé a Cataluña una situación de privilegio en detrimento del Estado.
Del mismo modo, los responsables del desarrollo y aplicación del nuevo marco legal habrán de tener en cuenta que sólo uno de cada tres ciudadanos ha dado un SI explícito a este estatuto.Por ello deberán ser muy cuidadosos con la vocación de consagrar a Cataluña como una comunidad esencialmente monolingüe, en contra de una realidad social que en modo alguno encaja con esa pretensión.
Esta razón hace que la aplicación del articulado referente al deber de conocer el catalán y su uso exclusivo como lengua vehicular en todos los ciclos de la enseñanza derive en el arraigo de prácticas discriminatorias sobre las capas menos favorecidas de la población, tanto en el mundo laboral, en el que se verán afectadas en sus posibilidades de acceso e integración social, como en el del aprendizaje.
Es en el terreno escolar donde los nuevos dirigentes tendrán que afrontar esta cruda realidad; en dicho terreno se está produciendo un trágico, indisimulable y continuado fracaso escolar, especialmente grave entre la población castellanohablante, añadiendo retraso y secuelas de fracaso a unos niños, indefensos frente a estas agresiones, a los que se les niega la comprensión a través de la lengua materna y a sus padres la posibilidad de ayudarles en sus deberes escolares, al no poder compartir sintonía de comunicación con la escuela y su entorno. La Historia pedirá cuentas a las gentes de izquierda por mantener, ayudar y avalar esta práctica dañina.
3 Asimismo reafirmamos nuestro posicionamiento en contra del uso exclusivo de la lengua catalana en todas las áreas de la Administración, sea autonómica, provincial, municipal o en las instituciones que prestan servicios mediante concierto. Exigimos, en consecuencia, el fin del victimismo lingüístico en Cataluña y la implantación inmediata de un sistema bilingüe, eficazmente garantizado por los poderes públicos, que responda a la realidad socio-cultural del país y proteja los intereses de todos los ciudadanos. Esta exigencia está perfectamente sintetizada en la llamada «enmienda 6.1», por lo que invitamos a tomarla como referente de las políticas socialistas.
La misma demanda la hacemos extensiva a la expresión de los medios de comunicación. Debemos recordar que éstos, especialmente los de titularidad pública, así como los sufragados en todo o en parte mediante subvenciones directas o indirectas, se deben a la totalidad de la sociedad, que es, en definitiva, quién los paga y los hace posibles mediante sus impuestos.
4 AGORA SOCIALISTA manifiesta su esperanza en que los futuros cambios que puedan producirse en la cúpula del PSC (PSOE), como consecuencia de los resultados del Referéndum, sirvan para recobrar la sensibilidad hacia la población en la que debe estar centrado el objeto de su acción política, elaborar y afianzar un discurso propio y abandonar el seguidismo nacionalista-identitario practicado hasta el presente.
Además, el PSC (PSOE) debe asumir que no se puede servir al mismo tiempo a intereses contrapuestos. Para esto no se hizo la unificación del socialismo en Cataluña. Se deben retornar a los parámetros del socialismo democrático, que nunca debieron abandonarse. En este sentido nuestra colaboración siempre estará disponible.
5 Dicho lo anterior, AGORA SOCIALISTA reafirma su condición irrenunciable de conciencia crítica del socialismo catalán y su disposición a seguir siéndolo hasta alcanzar los objetivos de justicia, igualdad y libertad que definen al socialismo democrático.
En consecuencia, AGORA SOCIALISTA hace un llamamiento al Gobierno de la Generalitat para que, en aras de asegurar la concordia ciudadana, adecue su política general y aplique el nuevo Estatuto de Autonomía con la prudencia exigible tras el paupérrimo apoyo popular obtenido en el Referéndum de ratificación.
Jorge Marsá
10:37 | 3 Agosto 2006 | Permalink
¿Después de Castro? ¿Chávez!
ANTONIO ELORZA
[El Correo, 3 de agosto de 2006]
El problema de los cesarismos reside en que, siendo dictaduras con vocación de eternidad, tropiezan con un obstáculo infranqueable: el final biológico de quien los crea y dirige. Su fiel colaborador Carrero Blanco se lo advirtió muy pronto a Francisco Franco, por mucho que intentara dorar la píldora, al indicarle que su único defecto consistía en ser mortal. Franco estuvo en todo caso mucho más preocupado por evitar que a su muerte llegara la democracia, sembrando el camino de obstáculos a su sucesor, que por garantizar una continuidad del régimen. Fue un buen regalo, su único regalo, involuntario eso sí, a los españoles, que facilitó la transición. En el caso de Fidel, la cuestión se halla resuelta de antemano en el plano doctrinal, ya que él encarna la Revolución y ésta, por su naturaleza, se encuentra por encima de los cambios que suelen afectar a los acontecimientos humanos. En términos constitucionales, el socialismo es inamovible, lo que lleva aparejada la dictadura comunista, de signo antiimperialista. «Cuba será un eterno Baraguá», rezaban los carteles en los días duros del período especial. La transmisión temporal de poderes ahora realizada responde a ese esquema: a Fidel le sustituye su segundo, Raúl, el Chino, más comunista que él y también más pragmático, cuando no le da por ser sanguinario, y el Partido Comunista es designado como instrumento político encargado de asegurar la continuidad.
Desde hace años, la voz popular hacía suya esa predicción del futuro político más probable. Incluso en clave de humor. Uno de tantos chistes que en las dictaduras sirven de válvula de escape a la impotencia presentaba a una cuadrilla de hombres que en el centro de la isla jugaban a las cartas a primera hora de la tarde, con un calor sofocante que hace que uno de los jugadores se tumbe a dormitar mientras los otros siguen la partida. Entra un moscardón, con un zumbido que resulta insoportable, hasta que un jugador se levanta y lo aplasta entre las palmas de sus manos. «¿Lo maté!», exclama satisfecho. El hombre dormido se despierta entonces ante el ruido, sin saber bien qué pasa, y pregunta: «¿Y al hermano también?».
Las cosas no eran, sin embargo, tan simples. Uno de los rasgos paradójicos del régimen cubano consiste en que si bien ofrece la imagen de casi cincuenta años de soledad, en la doble vertiente de poder personal indiscutido de Fidel, de un lado, y de pelea, unas veces imaginaria, otras real, del David cubano contra el Goliat yanqui de otro, en realidad ha sido un régimen que sólo puede ver explicada su trayectoria a partir de variables externas. Marx proporciona una base de explicación plausible a este hecho: el enorme grado de dependencia de la economía cubana respecto del exterior. El peso de este factor es muy anterior a la llegada del castrismo. La propia independencia política se vio decisivamente condicionada por la atadura que provocaba el monocultivo de exportación centrado en el azúcar. Muy pronto la revolución puso de manifiesto su incapacidad económica para superar por sí misma los efectos de la ruptura con Estados Unidos. Surgió así un nuevo tipo de proceso histórico, la revolución subsidiada. Los efectos del embargo norteamericano se vieron compensados cuantitativamente con creces por la ayuda soviética. Dada la incompetencia económica de la gestión, tanto en la dimensión arbitrista de Castro -zafra de los diez millones, socialización generalizada del 68- como en la antieconomicista de Guevara, fundada sobre el voluntarismo revolucionario, la economía cubana fue hundiéndose, cosa que suele ser olvidada, desde posiciones punteras en Latinoamérica a fines de los 50, al nivel de Japón, muy por encima de España, hasta la miseria absoluta del ‘período especial’. Ese protectorado económico del bloque socialista hizo posible la supervivencia del régimen, y otro tanto ocurre en los últimos tiempos gracias a la ayuda de Venezuela. Con las consecuencias políticas que intentaremos apuntar.
La cubana fue una revolución atípica, protagonizada por capas medias urbanas y dirigida por una minoría de burgueses que pusieron en marcha un proceso de transformaciones radicales, entre el nacionalismo, el populismo y el leninismo, cuyo resultado fue la autodestrucción en tanto que grupo social. Animada en sus comienzos por la voluntad de restaurar frente a Batista la Constitución democrática de 1840 -ahí está el canto a la vida democrática de Fidel en ‘La historia me absolverá’- fue a parar a la formación de un orden bicéfalo, progresista en los campos de la educación, la medicina y el antirracismo, fuertemente represivo en los planos policial y político, e ineficaz en la gestión económica.
Ese resultado contradictorio fue el fruto del protagonismo de un líder carismático, Fidel, muy marcado por sus orígenes de hijo de terrateniente gallego con alma de tirano y de pequeño campesino en el rechazo de la noción de bienestar, que desde muy pronto se entrega a la conquista del poder, con la máscara del redentor, y dotado de una increíble capacidad para imponerse al conjugar el engaño con la voluntad de aplastamiento. Oratoria de alumno de los jesuitas de Belén, legitimación patriótica buscada en Martí, juego entre el populismo y el leninismo, entre el impulso pronto cegado del Movimiento 26 de julio y la instrumentalización de un Partido Comunista al que utiliza y niega, son los elementos que completan el cuadro.
En el cambio de milenio, parecía ya agotado el aire fresco que entró con la dolarización, y el consiguiente establecimiento de una economía dual, con ribetes de pequeño capitalismo. No es que Fidel odie al capitalismo, odia la economía; de ahí su convergencia con Guevara. Las concesiones habían de ser transitorias, como lo fueron en la URSS de los años 20, y el ‘fidelazo’ de marzo de 2003 vino a confirmarlo, más allá de su vertiente como represión política. Había que volver a la enorme granja insular, heredera de la hacienda de su padre, con todos los seres a nivel de supervivencia, y ahora con el aliciente de las subvenciones en ascenso, provenientes de esa Venezuela de Chávez que ve en Cuba una muralla antiyanqui y un útil símbolo auxiliar.
Hasta ese momento, los distintos escenarios propuestos por los politólogos ofrecían diversas variantes: A. Un modelo chino, al que se mostraría favorable Raúl, con cambios económicos compatibles con el monopolio de poder disfrutado aquí a dos por el Ejército (poder dominante) y por el Partido (dispuesto a no perder privilegios). B. Una creciente tensión entre la voluntad continuista de los sucesores y unas capas populares hartas ya de demagogia y miseria, con previsibles estallidos sociales y desenlace difícilmente imaginable. Incluso C, el escenario preferido de los reformadores del exterior, con Rafael Rojas como lúcido portavoz intelectual, en que desde el interior del régimen los gestores conscientes de las necesidades y condicionamientos de la economía cubana, así como de atender a las demandas del pueblo, iniciarían la marcha hacia la reforma, económica primero, política a continuación.
Ante el riesgo de la opción C, Fidel ya había iniciado en el último bienio un giro visible hacia un nuevo repliegue autárquico-revolucionario, con la ayuda exterior como factor que lo haría posible. Frente a los ‘empresarios socialistas’, vigilancia revolucionaria de los jóvenes revolucionarios, encargados de luchar por la ortodoxia e intensificar la represión. El ministro de Exteriores, Pérez Roque, era su abanderado, y previsiblemente sobre ellos recaería la sucesión a medio plazo. La enfermedad de Fidel parece haber interrumpido este viraje, al imponerse la solución tradicional. En cualquier caso, el verdadero poder reside en quien dispone de los recursos susceptibles de favorecer una u otra opción, y ese personaje no es otro que el presidente de Venezuela, para quien la supervivencia de una Cuba socialista constituye una baza política de primera importancia.
nano
10:56 | 3 Agosto 2006 | Permalink
Hace mucho que pienso que no hay nada tan anticomunista, nada que atente tanto contra la comunidad, como la represión de sus individuos. La vigilia constante, la obligatoriedad a pertenecer a un único partido que se erige como salvaguarda moral, representación de todo lo que es bueno y decente, sin posibilidad de controversia.
Sin embargo jamás ha existido un comunismo distinto sobre la tierra. Sus revoluciones fueron revoluciones sanguinarias, dirigidas por individuos con una idea preestablecida de como debería ser el hombre y como debería vivir. Individuos rígidos en sus ideales y férreos en sus acciones, dispuestos a cualquier cosa con tal de que ese ideal que ellos tenían en su cabeza fuera una realidad, aunque tuvieran que matar a la mitad de la población disconforme. La historias les juzgará, sí, y les juzgará como lo que fueron, tiranos sanguinarios de la peor calaña. Tiranos que no solo fueron autores de las mayores atrocidades, sino causantes directos de que un concepto que pudo ser bello, el concepto de comunismo, sea hoy día sinónimo de represión política e individual, vigilancia policial y genocidio.
pedro
18:01 | 3 Agosto 2006 | Permalink
Hasta cuándo?
Una nación bombardea dos países. La impunidad podría resultar asombrosa si no fuera costumbre. Algunas tímidas protestas dicen que hubo errores. ¿Hasta cuándo los horrores se seguirán llamando errores?
Esta carnicería de civiles se desató a partir del secuestro de un soldado. ¿Hasta cuándo el secuestro de un militar israelí podrá justificar el secuestro de la soberanía palestina? ¿Hasta cuándo el secuestro de dos soldados israelíes podrá justificar el secuestro del Líbano entero?
La cacería de judíos fue, durante siglos, el deporte preferido de los europeos. En Auschwitz desembocó un antiguo río de espantos que había atravesado toda Europa. ¿Hasta cuándo seguirán los palestinos y otros árabes pagando crímenes que no cometieron?
Hizbulá no existía cuando Israel arrasó el Líbano en sus invasiones anteriores. ¿Hasta cuándo nos seguiremos creyendo el cuento del agresor agredido, que practica el terrorismo porque tiene derecho a defenderse del terrorismo?
Irak, Afganistán, Palestina, Líbano… ¿Hasta cuándo se podrá seguir exterminando países impunemente?
Eduardo Galeano, en El Mundo
Jorge Marsá
10:52 | 4 Agosto 2006 | Permalink
Una agonía entrañable
ARCADI ESPADA
[El Mundo, viernes 4 de agosto de 2006]
El dictador Fidel Castro ha gozado siempre de una completa invulnerabilidad en la prensa europea. En el caso de España a la invulnerabilidad se le ha añadido un amor ciego. Este amor no tiene nada que ver con el dictador ni con el socialismo, ni siquiera con el son cubano. Es un puro amor a nosotros mismos. En cada una de las hilachas de la barba del comandante hay un nudo cano de lo que pudimos y no fuimos. Este ejercicio de autoamor debería darles pudor y vergüenza, pero sólo sienten melancolía, que es una enfermedad muy extendida e incurable de la acción.
Hace años la editora Beatriz de Moura escribió un formidable artículo: Proletarios del mundo, perdonadnos. El título, soberbio, bastaba, y bien podía haberse quedado la caja en blanco; pero la editora iba a más y protagonizaba un brillante ajuste de cuentas con su memoria y la de los ídems: la actitud chic de esas élites que experimentaban el socialismo como un viaje (fuera un trip mental o un viaje veraci a los lujosos balnearios del mar Negro) había contribuido a la prolongación en el tiempo de las dictaduras comunistas. De ahí la petición humilde de perdón.
La supervivencia de Castro tiene explicaciones diversas, pero hay que incluir entre ellas la bonhomía del juicio de la gauche caviar (una denominación, por cierto, que se está arruinando: por supuesto ya no hay gauche, pero es que tampoco caviar), agravada por las excitantes novedades cubanas de estos últimos años: el turismo sexual y los incipientes buenos negocios, sin que, por supuesto, hayan desparecido, como es tradición, el donaire y la gracia, es decir la sonriente vía cubana a la catástrofe.
Ahora que Castro ha enfermado gravemente, el tono entrañable con que se acoge al dictador, su salud y su obra empeora todas las circunstancias: la del adjetivo y la del impudor de los derrotados. Respecto a la prensa, el modelo estilístico es evidente: Tico Medina y la agonía de Franco. En un viejo periódico socialdemócrata titularon ayer en portada que la familia dice que está bien. Y es que un hijo de Castro le había dicho a un empresario que el viejo saldrá y el empresario se lo dijo a un periodista mientras escuchaban boleros. Y de ahí al mundo.
Qué importa la evidencia política de que el dictador haya declarado la muerte secreto de Estado, como declaró la vida. Qué importa cuando todo es tan cubanito sí señores. Un trozo de nosotros se muere con Castro, van a titular un día de estos. Siempre tan previsores, los muy vivos, sufriendo y muriendo por delegación estricta.
(Coda: «Al fin y al cabo, como ha dicho Fidel, el socialismo es la ciencia del ejemplo». Belén Gopegui, EL MUNDO, 3 de agosto de 2006.)
Jorge Marsá
11:41 | 7 Agosto 2006 | Permalink
PUESTOS A RECORDAR…
Juan-José López Burniol
[El Periódico de Catalunya, 7 de agosto de 2006]
Tras la decisión del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, de oficiar una boda gay, el arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ha recordado a “los fieles católicos, incluidos los políticos católicos”, que “el matrimonio no puede ser contraído más que por una mujer y un varón”. Recordado queda. Ahora bien, puestos a recordar, también convendría que todos recordásemos otros principios también dignos de ser recordados, por constituir la espina dorsal del Estado de derecho. Son estos:
1) El Estado de derecho es, más aún que una estructura de poder jerárquicamente organizada desde su primer magistrado al último de sus funcionarios, un sistema jurídico, esto es, un plan vinculante de convivencia en la justicia.
2) El sistema jurídico en que todo Estado de derecho consiste, se articula sobre la base del único principio ético de validez universal no metafísico: la prevalencia del interés general sobre el particular, que no tiene otro límite que el respeto a los derechos humanos individuales.
3) Este principio ético universal se manifiesta a través de la voluntad social dominante democráticamente expresada, y se concreta en forma de ley que a todos nos hace libres y a todos nos iguala.
4) La ley es autónoma y heterónoma, es decir, vincula tanto a quienes han de aplicarla como a aquellos a quienes ha de aplicarse. En consecuencia, el estricto cumplimiento de la ley es exigible, incluso con mayor celo, a cuantos políticos, magistrados y funcionarios encarga la sociedad la custodia y cuidado de los intereses generales.
5) El ejercicio de la respetable opción de la objeción de conciencia requiere, por lo que a políticos, magistrados y funcionarios se refiere, la previa dimisión de sus cargos.
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… y además es imposible
Juana de Bengoechea
[Basta Ya, 7 de agosto de 2006]
A lo largo de todo este “ilusionante proceso de paz”, siempre he mantenido que como dijo El Guerra (el torero): “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.
Una siente que estamos ante un espectáctulo de ajedrez múltiple, con muchas partidas a la vez, con la particularidad de que, al contrario que en el deporte, todas se juegan sobre un único tablero: Euskadi, situado sobre una única mesa: España.
Podemos seguir la partida que juega el PSOE para pulverizar al PP; o elegir la de la suma de los nacionalismos españoles para acabar con lo que les une: España; o contemplar la partida que juegan los distintos nacionalismos vascos por ver quién lidera el Movimiento, si el PNV o ETA; incluso con menos fuerza y menos entretenida, podemos adivinar la que juegan los caducos marxismos leninismos españoles, ETA incluida, para convertir a un trozo de la hoy España en la delirante futura Cuba europea. Vertiginoso todo ello, difícil de seguir, y que posibilita múltiples análisis, según se fije uno en una de las partidas o en otra.
Pero para colmo, además de ser vertiginoso el jueguecito de ajedrez múltiple en el que se juega nuestro futuro, está velado. Velado porque todo el transcurre bajo la opacidad de un velo que lleva bordada la palabra que contribuye a taparlo todo: PAZ. Si te atreves a intentar levantar el velo, sabiendo que bajo él se cuecen tus alubias, oirás voces airadas que te acusarán de poner en peligro la Paz; si te atreves a comentar o intentar adivinar las partidas, esas mismas voces te acusarán de romper el silencio imprescindible para conseguir la Paz; y si debajo de ese velo sucede algún cataclismo que mande la partida al traste, tú tendrás la culpa porque no quieres la Paz.
Una tiene la sensación de que todavía hace poco había una única partida de ajedrez en curso: la de la Democracia contra los asesinos; partida que se jugaba al aire libre, en la que la Democracia iba ganando ampliamente, habiendo perdido los asesinos prácticamente todos sus peones que estaban imposibilitados de volver al tablero, en la que los demócratas ya no veían caer sus piezas, y en la que se presentía el jaque mate.
Llegó democráticamente a dirigir el equipo de los demócratas un nuevo jefe, el sr. Rdz Zapatero, y de repente todo fue posible; de repente, además de cubrirse con ese velo de la “paz”, se multiplicaron las partidas; y ya no sabemos si elegir aquella en que los contendientes son el PSOE y el PP; o seguir aquella en la que se juega la supremacía nacionalista entre ETA y el PNV; o contemplar la que lleva a cambiar la misma mesa que sustenta el tablero para complacer a los distintos nacionalismos que quieren mesa propia; o seguir fascinados la arcaica que pretende un socialismo fetén, de los de antes, los que nos retraen a la primera mitad del siglo XX europeo, los que han causado mas millones de muertos que ninguna otra ideología.
Pero, como decía al principio que decía El Guerra, lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Y creo que el Presidente Zapatero y/o sus asesores lo empiezan a ver así; La Partida, con mayúsculas, sólo puede ser una: la que acabe con la derrota de los asesinos; y ésa partida se perderá (o los ciudadanos cambiarán de líder para ganarla) si se plantean escenarios múltiples para sacar réditos en otros asuntos democráticos. En estos momentos confío –no del todo, más bien espero que sea así- en que se acabaron para el gobierno del sr. Zapatero los sueños de demostrar a los etarras con el ejemplo de Cataluña que se les podía satisfacer lo suficiente y aislar, modelo Tinell, al partido insoportable para ellos: el PP; o los sueños de llegar a la presidencia de las instituciones vascas con “pactos de izquierda” según el modelo catalán, y que incluyeran a una ETA redimida y aplacada; o los de que se podría aplacar a los asesinos con impunidades más o menos veladas sin que los ciudadanos se rebelaran; o los de que los etarras se conformarían con una salida económica para sus “clases pasivas” (en palabras de Miguel Ángel Aguilar en El País); o los de que se encontraría una fórmula mágica para definir “el derecho a decidir” que pudiera ser entendida como autodeterminación para los nacionalistas –que además nunca la ejercerían- y como algo intranscendente por el resto de los españoles; o los de que, en una palabra, los asesinos podrían ser satisfechos y neutralizados sin conseguir sus objetivos últimos.
Sólo el deseo que se adivina en algunos miembros de ETA/Batasuna de volver al cálido, cómodo, y remunerado ámbito institucional cuenta a favor de todos esos sueños del Presidente Zapatero; pero no parece que la nueva generación de asesinos, ni los viejos etarras marxistas leninistas, ni los irredentos criminales convictos, ni los etarras maximalistas nacionalistas de la territorialidad y la autodeterminación, vayan a facilitar la confluencia entre los intereses socialistas y los de los “liquis” que se inclinan por la revolución de salón ahítos ya de sangre (aunque orgullosos de haberla derramado).
Y ahora le toca al Presidente Zapatero salir él solito del atolladero en que se ha metido, con una ETA que desafía, que amenaza, que impone condiciones, y que posterga el acceder al único haber que podría presentar el presidente en este “proceso de Paz”: la legalización etarra bajo un disfraz más o menos presentable; legalización que sería, según la sabiduría popular, “pan para hoy y hambre para mañana”, porque nadie garantiza que bajo esa cobertura legal no siguieran los desafíos, las amenazas, y las imposiciones. Las últimas comunicaciones de ETA/Batasuna sobre Navarra y la autodeterminación nos confirman que en este caso, el cambiar de hábito no cambiaría al monje. Ahora, eso sí; será un monje mucho mejor situado con escaños, poder político, y economía para repartir.
He dicho que en estos momentos confío en que la cruda realidad haya hecho despertar al sr. Zapatero de sus ensoñaciones; las últimas manifestaciones del ejecutivo parecen apuntar a ello. Por otra parte, siempre está la Ley de Murphy recordándonos que todo puede ir a peor y que podemos acabar con autodeterminación polisémica, órgano común Euskadi-Navarra, ETA/Batasuna gobernando de la mano del PSE las instituciones, los criminales como héroes en las calles del País Vasco, y las “clases pasivas” etarras pensionadas; estos guiones han estado escritos y habrá muchos que todavía los apoyen. En caso de que esto sucediera cabría preguntarse si el sr. Zapatero había sido verdaderamente el contrincante de ETA o más bien su compañero de juego en las partidas múltiples; de lo que no cabría duda es de que en todas las partidas habría ganado ETA.
Hecho de menos a El Guerra; sé que hubiera sido difícil pedirle que le explicara al Presidente de Gobierno que cuando uno instrumentaliza a unos asesinos para fines propios, los asesinos siempre acaban instrumentalizándole a él para su propios fines. Pero por lo menos, hubiera podido pasarle la mano por el hombro y decirle: “Mira José Luis, acuérdate, lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.
Jorge Marsá
12:01 | 8 Agosto 2006 | Permalink
‘Txekpoint’ Txarli
SANTIAGO GONZÁLEZ
[El Correo, 8 de agosto de 2006]
Charlie es el término que el alfabeto internacional emplea al deletrear para la ‘C’; ‘charlie’ llamaban al vietcong los soldados norteamericanos durante la guerra del Vietnam; ‘Checkpoint Charlie’ era el paso fronterizo más famoso entre los dos Berlines; Charlie Brown es el amigo neurótico de Snoopy, inolvidables criaturas ambos de Charles Schulz. Y tenemos a este Txarli Prieto, un dirigente socialista alavés y fronterizo que hoy ocupa el cargo que un día tuvo Fernando Buesa. Está a medio camino entre Oriente y Occidente; entre Charlie Brown, el Vietcong y el nacionalismo vasco, que le presta algunas mañas y pone la grafía a su hipocorístico. ‘Txekpoint’ Txarli superaba este fin de semana a aquel Rubalkaba, que interpeló en la cámara vasca al PSE y al PP, mirando a los escaños, irremisiblemente vacíos, de Buesa y Ordóñez: «mientras ustedes no hacían nada otros nos estábamos jugando el bigote».
Prieto daba un paso más y acusaba el viernes a las víctimas y a los cómplices de los verdugos de querer «dinamitar» el proceso. Joder con la metáfora. Cuando se le escapan cosas así, tan fronterizas entre la vileza y la simple gilipollez, ¿no le vendrán a la cabeza las imágenes de Buesa y su escolta tras la explosión?
Apenas dos días después insistía nuestro héroe, este representante ejemplar de la España, plural, diversa y laica, al apreciar que el obispo de Vitoria usa «el lenguaje del PP» y que «debería aceptar los planteamientos de su propia jerarquía, favorable a explorar esta esperanza». Como nuestro Txarli es un demócrata, considera que el obispo «tiene todo el derecho a hacerlo, porque si tiene un pensamiento próximo al PP, lógicamente tendrá que decir cosas similares a las que dice el PP».
¿Y cuál es ese lenguaje y ese pensamiento tan próximos al PP? Pues estas palabras de Asurmendi: «Muchos se hacen una pregunta angustiosa: ¿a qué precio vamos a tener la paz? Detrás existe el convencimiento de que, a cualquier precio, no es un bien deseable». Uno aprecia que son unas palabras muy bien dichas, las diga el obispo, el monaguillo o el súrsum corda; Agamenón o su porquero; el PP o el PSE cuando las decía.
Porque también se expresaba así el partido de Txarli hasta hace nada. Lo dice la resolución del 17 de mayo de 2005. El anterior presidente del PSE en Alava, Mario Onaindía creía también en eso: «Si me matan, no quiero que digan en mi epitafio que moría por la paz, sino que luché por la libertad». El mismísimo presidente del Gobierno glosó estas palabras en el Congreso el 1 de febrero de 2005, durante la tramitación del Plan Ibarretxe. ¿Era Mario Onaindía del PP?¿Lo era Zapatero? El primer tomo de sus memorias llevaba por título ‘El precio de la libertad’. Él nunca creyó que por la paz hubiera que pagar nada. ‘Txekpoint’ Txarli, por lo visto, sí. La seño De la Vega le hará copiar cien veces: «la paz no tiene precio político».
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Trapaceando
JAVIER MINA
[El País, 8 de agosto de 2006]
No sé si es por culpa del calorazo, que nos está haciendo los sesos agua, o de las medusas, que se nos han infiltrado por la oreja para ponerse en lugar del cerebro, o se debe al hecho de que estemos disfrutando de vacaciones, con la consiguiente bajada de persiana neuronal, o porque no las tenemos aún, situación que obnubila el juicio. El caso es que el verano está haciendo estragos. Todo comenzó con aquellos catalanes que aseguraban haber votado el Estatut cuando manifiestamente no lo habían hecho, siguió la epidemia con los canarios que desean considerarse pueblo protohistórico y norteafricano, y finalmente nos ha llegado aquí, pero no como la reacción neolítica que todos pensamos que hubiera debido lanzar Ibarretxe contra los canarios, sino de una forma más abstrusa. Resulta que el 76% de los vascos quiere que el nuevo Estatuto contenga en su articulado el derecho a decidir. Como estamos medio veraneando no deseo lanzarle ninguna pulla a nuestro presidente con aquello de que quien siembra vientos recoge tempestades. Feliz él que, desde que visitó Lanzarote, no ha cogido ni un catarro, no. La propia crema bronceadora, a menos que se trate del ozono que se respira en altitud -o ese maldito tábano que revolotea por ahí-, me ha vuelto más introspectivo.
No sé qué dirá el Derecho al respecto. Al respecto de la introspección no, respecto al derecho a decidir, pero no da la impresión de que pueda decir nada. O nada distinto a que se trata de una declaración de intenciones previa a la formulación de derechos. Algo parecido al derecho a tener derechos, que se da por supuesto en las sociedades democráticas y que requiere de un acto no tanto legal, sino político en el caso de las sociedades no democráticas, o, por decir mejor, que necesita de un acto prepolítico e inaugural que recoja la voluntad general de cambiar de registro y regirse por una Constitución y un ordenamiento jurídico que sustancie y dé cuerpo a la necesidad de tener derechos. Una vez producido eso, ya nadie, nadie en su sano juicio, puede reclamar el derecho a tener derechos. En todo caso podrá decir que hay leyes, o actuaciones, que vulneran sus derechos y que por ello deben revisarse una vez que se compruebe que no es la voluntad de un iluminado, sino de la sociedad en general o en su mayoría. Piénsese en leyes como la del divorcio en España, por no meter el dedo en otras llagas. Y aquí es donde se vuelve a poner al descubierto la falacia que encierran proposiciones como el derecho a decidir. Para reclamar incluso la independencia de Euskadi no hay que invocar un derecho que parece conculcado, sino formular la petición clara y distintamente: deseo la independencia.
Y como la deseo, voy a servirme de todo el aparato legal y político que la sociedad dentro de la que me encuentro pone a mi servicio. Pero, claro, eso asusta. En cambio, la fórmula utilizada por el nacionalismo en su conjunto, una vez la puso sobre el tapete HB, presenta dos virtudes: primera, victimiza -estamos tan oprimidos que no contamos ni con el derecho a decidir-, y, segunda, contiene el grado de ambigüedad suficiente como para que nadie sepa qué quiere decir exactamente y, por si acaso, la adopte porque, chico, siempre será mejor poder decidir que no poder hacerlo. Prueba de esto último -para la victimización, acúdase al negociado de lloros del PNV- es que una reciente encuesta de la UPV arroja ganas de decidir para todos los gustos: el 35% de los vascos prefiere el federalismo frente a un 33% que prefiere la independencia y un 26% que se decanta por el autonomismo. O sea, que el derecho a decidir tal y como lo desea el nacionalismo, es decir la independencia, sólo muerde al 33% de los ciudadanos, pero gracias a su ambigua formulación consigue que se le adhiera el 76%, y eso es lo que el nacionalismo esgrimirá si es que consiguen meter la fórmula en el Estatuto, que una inmensa mayoría de vascos (y vascas) aspira a una Euskadi independiente. Y si esto no es una jugada trapacera, bajen los rayos UVA y cómanme.
Jorge Marsá
11:01 | 9 Agosto 2006 | Permalink
En defensa propia
Fernando Savater
[Basta Ya, 9 de agosto de 2006]
Aunque el trazo grueso y la exageración truculenta son el pan nuestro de cada día en los comentarios políticos de los medios de comunicación españoles, las descalificaciones que ha recibido la proyectada asignatura de Educación para la Ciudadanía superan ampliamente el nivel de estridencia habitual. Los más amables la comparan con la Formación del Espíritu Nacional franquista y otros la proclaman una “asignatura para el adoctrinamiento”, mientras que los feroces sin complejos hablan de “educación para la esclavitud”, “catecismo tercermundista” y lindezas del mismo calibre. Muchos convienen en que si entra en vigor esta materia el totalitarismo está a la vuelta de la esquina: como una imagen vale más que mil palabras –en especial para los analfabetos, claro- el suplemento piadoso “Alfa y Omega” del diario “ABC” ilustraba su denuncia de la Educación para la Ciudadanía con una fotografía de un guardia rojo enarbolando el librito también bermejo del camarada Mao. En fin, para qué seguir. Con tales planteamientos, no puede extrañar que algunos clérigos y otros entusiastas recomienden nada menos que la “objeción de conciencia” docente contra semejante formación tiránica (desde que no hay leones en la arena, los voluntarios para el martirio se van multiplicando)…
Quienes abogamos desde hace años profesionalmente –es decir, con cierto conocimiento del tema- por la inclusión en el bachillerato de esta asignatura que figura en los programas de relevantes países democráticos europeos podríamos sentirnos ofendidos por esta retahíla de dicterios que nos pone quieras que no al nivel abyecto de los sicarios propagandistas de Ceaucescu y compañía. Pero lo cochambroso y raído de la argumentación empleada en estas censuras tremendistas demuestra que su objetivo no es el debate teórico sino el más modesto de fastidiar al Gobierno y halagar a los curas integristas, por lo que haríamos mal tomándolas demasiado a pecho.
La objeción más inteligible contra esta materia viene a ser que el Estado no debe pretender educar a los neófitos en cuestiones morales porque ésta es una atribución exclusiva de las familias. Como ha dicho monseñor Rouco, la asignatura culpable no formaría a los estudiantes sino que les transmitiría “una forma de ver la vida”, que abarcaría “no sólo el ámbito social sino también el personal”. Francamente, no me resulta fácil imaginar una formación educativa que no incluya una forma de ver la vida, ni una educación de personas que omita mencionar la relación entre la conciencia de cada cual y las normas sociales que comparte con su comunidad. Pero de lo que estoy convencido es de que la enseñanza institucional tiene no sólo el derecho sino la clarísima obligación de instruir en valores morales compartidos, no para acogotar el pluralismo moral sino precisamente para permitir que éste exista en un marco de convivencia. Los testigos de Jehová tienen derecho a explicar a sus hijos que las transfusiones de sangre son pecado; la escuela pública debe enseñar que son una práctica médica para salvar vidas y que muchas personas escrupulosamente éticas no se sienten mancilladas por someterse a ellas. Los padres de cierta ortodoxia pueden enseñar a sus hijos que la homosexualidad es una perversión y que no hay otra familia que la heterosexual; la escuela debe informar alternativamente de que tal “perversión” es perfectamente legal y una opción moral asumible por muchos, con la que deben acostumbrarse a convivir sin hostilidad incluso quienes peor la aceptan. Los alumnos deben saber que una cosa son los pecados y otra los delitos: los primeros dependen de la conciencia de cada cual, los segundos de las leyes que compartimos. Y sólo los fanáticos creen que no considerar delito lo que ellos tienen por pecado es corromper moralmente a la juventud. Por otro lado, es rotundamente falso que la moral sea un asunto estrictamente familiar: no puede serlo, porque nadie vive solamente dentro de su familia sino en la amplia interacción social y no serán sólo sus parientes quienes tengan que soportar su comportamiento. Hace tiempo escribí que las democracias deben educar en defensa propia, para evitar convertirse en semillero de intransigencias contrapuestas y de ghettos incomunicados de dogmas tribales. Nada veo hoy en España ni en Europa que me incline a cambiar de opinión.
Resulta verdaderamente chocante que la oposición considere la Educación para la Ciudadanía un instrumento doctrinal que sólo puede beneficiar al gobierno. Deberían ser los más interesados en preparar futuros votantes bien formados e informados que no cedan a seducciones demagógicas. En un artículo que analiza muy críticamente la situación política actual en nuestro país (“Cómo se estropean las cosas”, ABC, 18/7/06), Álvaro Delgado-Gal se pregunta: “¿Estamos los españoles educados democráticamente? La pregunta es pertinente, ya que la buena educación democrática no se adquiere así como así, ni florece, como las malvas, en terrenos poco trabajados”. No parece por tanto que tronar contra la asignatura que pretende remediar estas carencias sea demasiado lógico. Al menos los críticos deberían distinguir entre la necesidad de este estudio, que es evidente, y la orientación temática que finalmente reciba, sobre la que puede haber mayores recelos y objeciones. En cualquier caso, la menos válida de éstas es sostener que cada familia tiene el monopolio de la formación en valores de sus vástagos… mientras se expresa preocupación por la posible apertura de escuelas de orientación islámica en nuestro país. O nos preocupa el silencio de Dios o nos alarma el guirigay de los dioses, pero todo a la vez, no. Los mismos que reclaman homogeneidad entre los planes de estudio de las diferentes autonomías no pueden negar al ministerio su derecho a proponer un común denominador ético y político en que se base nuestra convivencia. También por coherencia, quienes exigen a Ibarretxe que sea lehendakari de todos los vascos y no sólo de los nacionalistas no deberían censurar que Gallardón se comporte como alcalde de todos los madrileños y no sólo de los heterosexuales. Por lo tanto produce cierta irritada melancolía que el líder de la oposición, tras una conferencia en unos cursos de verano dirigidos por el cardenal Cañizares, afirmase (según la prensa) que “la laicidad y la Educación para la Ciudadanía llevan al totalitarismo”. Vaya, hombre: y seguro que la electricidad y el bidé son causantes de la decadencia de Occidente…
Sin duda hay muchos malentendidos en torno a la asignatura polémica, que deberán ser cuidadosamente discutidos. Como vivimos en una época enemiga de las teorías, cuyo santo patrono es Campoamor (“nada es verdad ni mentira, todo es según el color…etc.”), es de temer que predomine ante todo el afán práctico de lograr comportamientos recomendables. Pero a mi juicio la Educación para la Ciudadanía no debería centrarse en fomentar conductas sino en explicar principios. Para empezar, en qué consiste la ciudadanía misma. Podríamos preguntárselo a los inmigrantes, por ejemplo, pues lo que vienen a buscar en nuestros países –sean más o menos conscientes de ello- no es simplemente trabajo ni aún menos caridad o amparo, sino precisamente ciudadanía: es decir, garantía de derechos no ligados a la etnia ni al territorio sobre los que poder edificar su vida como actores sociales. Los neófitos oyen hablar a todas horas de las carencias de nuestro sistema, pero no de sus razones ni de la razón de sus límites. La ciudadanía exige constituir un “nosotros” efectivo que no sea “no a otros”, por utilizar el término propuesto antaño por Rubert de Ventós. Ser ciudadano es estar ligado con personas e instituciones que pueden desagradarnos: obliga a luchar por desconocidos, a sacrificar nuestros intereses inmediatos por otros de gente extraña pero que pertenece a nuestra comunidad y a asumir como propias leyes que no nos gustan (por eso es imprescindible intervenir en política, ya que luego el “no en mi nombre” es un subterfugio retórico y equívoco). Vivir en democracia es aprender a pensar en común, hasta para disentir: algo que con la moda actual de idolatrar la diferencia no resulta precisamente fácil ni obvio.
No soy de los que dan por hecho el despedazamiento de España a corto plazo, pero la verdad es que también veo apagarse más luces de las que se encienden. Con una izquierda cautiva de los nacionalistas y una derecha cautivada por los obispos, la imbecilización política del país es más que probable. Afortunadamente, gran parte de la ciudadanía no se siente obligada al cien por cien a alinearse con unos o con otros. Hay votantes del PSOE que consideran injustificable la mesa de partidos que nadie se molesta en justificar y votantes del PP que prefieren el teléfono móvil a las palomas mensajeras, a pesar del comprobado parentesco de éstas con el Espíritu Santo. A los hijos de todos estos relapsos les vendrá muy bien aprender Educación para la Ciudadanía, aunque no sea la panacea mágica de nuestros males. Para tantos otros, ay, llega la asignatura demasiado tarde.
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Batasuna, Garzón y Montesquieu
Roberto L. Blanco Valdés
[La Voz de Galicia, 9 de agosto de 2006]
CONFÍO en que el juez Garzón y los herederos del barón de Montesquieu me perdonarán por haberlos puesto en tan salvaje compañía, pero mi causa es, creo, digna de defensa: la de la ley, que protege la libertad de todos, frente a los que pretenden burlarla en defensa de intereses constitutivos de delito.
Empezaré, pues, por Montesquieu, un filósofo francés del siglo XVIII, famoso sobre todo por haber desarrollado la teoría de la separación de los poderes como un medio indispensable para evitar el despotismo. En su obra más conocida, El espíritu de las leyes, escribe Montesquieu que, además del poder legislativo y el poder ejecutivo, existe otro, el judicial, cuya misión es aplicar las leyes del Estado y no crearlas. El francés explica esa idea con una fórmula de una inimitable claridad: el juez es, según él, «la bouche qui prononce la parole de la loi».
Es cierto, por supuesto, que ni el juez es hoy ni ha sido nunca un mero aplicador mecánico del derecho que crea el parlamento. Pero aunque su papel no pueda reducirse al de esa «boca que pronuncia la palabra de la ley», ahí reside sin duda la fuente de legitimidad de su poder. Por eso, el juez que deja de aplicar la ley y opta por decidir con criterios políticos ajenos al derecho no se convierte en mal juez, sino sencillamente en un no juez, cuyas resoluciones quedan desprovistas del único elemento que las legitima en un Estado de derecho: su sujeción al imperio de la ley.
¿Qué dice la ley respecto de las actividades de la ilegalizada Batasuna? Es muy sencillo: que «tras la notificación de la sentencia en la que se acuerde la disolución, procederá el cese inmediato de toda actividad del partido político disuelto». Por si las previsiones del artículo 12 de la ley de partidos no fueran suficientes, Batasuna tienen además suspendidas todas sus actividades por orden judicial, como consecuencia del proceso penal que, iniciado por Garzón, afecta a su Mesa Nacional.
Esa, y no otra, es la razón por la que la manifestación que Batasuna ha convocado para el próximo domingo no debe celebrarse en ningún caso: porque es un acto ilegal de un partido político disuelto y sujeto penalmente a suspensión de actividades. Comprobado que Batasuna es la convocante, lo que resulta palmario, el juez Garzón no puede hacer otra cosa que lo que ya hizo el pasado año el juez Marlasca: prohibir la manifestación de Batasuna. Porque, más allá de cualquier criterio de oportunidad, la ley y sus propias resoluciones le obligan a ello de un modo infranqueable. Actuar de otra forma sería convertirse en la boca que pronuncia la palabra del Gobierno.
Jorge Marsá
11:03 | 11 Agosto 2006 | Permalink
‘News, good news’
ARCADI ESPADA
[El Mundo, 11 de agosto de 2006]
La noticia de la detención en Londres de una veintena de hombres, a los que acusan de preparar la explosión en vuelo de diversos aviones, evoluciona rápidamente en algunos medios. Y es el cierre del aeropuerto de Heathrow, y el caos subsiguiente en la aviación mundial, lo que se apodera de los titulares. Se trata de un amargo y perfecto ejemplo de la dificultad de informar de las buenas noticias, y de la ventaja intrínseca que tendrá siempre el terrorismo frente a la ley. La detención ha evitado la muerte de centenares de personas y un impacto social de consecuencias brutales. Aunque nadie en su sano juicio mediático espera que la noticia se aproxime al impacto que tuvieron la destrucción de las Torres Gemelas, o las matanzas de Madrid o Londres. No es que ahora falte un hecho, como pudiera parecer a primera vista. El hecho existe y puede acotarse, tiene una importancia comparable y se resume en que cientos de personas siguen vivas, y el cielo sigue en lo alto. Lo único incomparable son las imágenes. Las personas supervivientes, que según y cómo podrían llegar a identificarse (y alguna quizá accediera a ser fotografiada y entrevistada), están mucho peor vivas que muertas, por decirlo en términos de rentabilidad mediática. Para los noticiarios la situación de vivo es mucho más difusa que la de muerto y ofrece una normalidad embarazosa que ni siquiera el carácter añadido de superviviente puede mejorar más allá de cierto punto.
Los ejemplos de este doble rasero son abundantes. Es difícil, por ejemplo, que la frustración de los planes terroristas alcance asimismo la cobertura que tuvo el homicidio del joven brasileño Menezes, cuya vida acabó en Londres por un error policial. Y en relación a la matanza de Madrid está el hecho, profundamente meditable, del control que la policía tuvo en los meses previos sobre algunos de los terroristas. Ese control se ha interpretado como un clamoroso error policial e, incluso, como un indicio de la existencia de una trama conspirativa. Y sólo era una buena noticia: que el Estado no desconocía a sus enemigos, como por cierto, y respecto al atentado de julio, los desconocía el Estado británico.
La obstinación por las malas noticias es mucho más que una inexorable ley mediática. Es un rasgo evolutivo, una obvia estrategia de progreso de la especie. Sin embargo, el relato mediático ocupa cada vez más influencia en la vida de los hombres; y con él las malas noticias. Hasta el punto que de vez en cuando hay que decir: «Hoy amaneció». Es útil para la supervivencia.
(Coda: «Las condiciones materiales de la vida seguirán siendo mejores para la mayoría de las personas, en la mayoría de los países, la mayor parte del tiempo, indefinidamente. No obstante, también creo que mucha gente seguirá pensando y afirmando que las condiciones de vida van cada vez peor.» Jules Simon, citado por Bjorn Lomborg en El ecologista escéptico, Espasa 2003).
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Insoportable
JOSEBA ARREGI
[El Correo, 11 de agosto de 2006]
Si no fuera porque ETA-Batasuna nos han obligado a soportar su presencia durante tantos años, si no fuera porque la política vive cada vez más de la táctica del día a día y tiende a perder de vista el horizonte general, si no fuera porque ansiamos tanto la desaparición de ETA que muchos han interiorizado el comportamiento de no enfadarlos para que no se echen para atrás, si no fuera por todo ello y por más razones parecidas tendríamos que afirmar con claridad que la situación política vasca es, en estos momentos, insoportable.
Es insoportable porque otra vez ETA-Batasuna pretende que el conjunto de la sociedad vasca y el Estado de Derecho bailen a su melodía. Es insoportable porque parece que estamos presenciando un juego de gatos y ratones. Es insoportable porque vemos cómo una organización ilegal se permite convocar una manifestación para que quede claro que no necesita cambiar en nada para existir y ser aceptada como interlocutora en el proceso. Es insoportable porque se nos está tomando el pelo.
Pero es también insoportable porque en buena parte somos todos los demás los responsables de que esto sea así. Les reímos las gracias, asumimos su lenguaje, les damos argumentos cuando están acorralados, hacemos política pensando sólo en ellos, los convertimos en actores principales del drama que se está desarrollando en el escenario. Todo menos decirles con claridad que se ha acabado, que no se va a contar con ellos para nada mientras no se sometan a las reglas de la democracia. Todo menos mantener con firmeza en la política diaria lo que implica la sentencia que declara ilegal a Batasuna.
Uno se imagina el regocijo de los líderes de ETA-Batasuna cuando utilizan el argumento de que como individuos están en plena posesión de sus derechos civiles y políticos, recurriendo así a un argumento puesto en circulación por los demócratas porque venía bien en la lucha partidaria. Uno se imagina las carcajadas de los Pernando Barrena y compañía cuando llaman a manifestarse, informan a la Administración vía persona interpuesta de la celebración de la misma, son llamados por el juez Garzón para que digan si convocan o no la manifestación, si se suman o no a ella en cuanto Batasuna, y cuando son convocados por el juez por ser miembros de la mesa -nombre muy vasco para indicar la ejecutiva máxima de un partido político- de una organización que legalmente no existe.
Claro que también se reirán a carcajada limpia cuando el PP se refiere a ellos como testigo de cargo para deslegitimar las decisiones del Gobierno. Claro que también se reirán a carcajada limpia cuando vean la división entre los demócratas. Claro que se reirán a carcajada limpia cuando escuchan que sus planteamientos maximalistas son sólo para consumo interno. Claro que se reirán a carcajada limpia cuando vean que todos los partidos políticos, menos el PP, se ponen a la cola para ser recibidos en audiencia por los líderes de ETA-Batasuna.
Entre todos han hecho que Batasuna no tenga ninguna presión para dar los pasos necesarios con vistas a ser un partido legal. Si es interlocutor privilegiado en la situación actual, si tiene más presencia mediática que el partido con mucha mayor representación ciudadana en Euskadi y en España, si ve que casi todos los partidos han terminado usando su lenguaje, si ven que estando como están son probablemente más respetados y buscados que siendo legales, ¿para qué van a dar un paso que implique de alguna manera el reconocimiento de su derrota política?
Es realmente un espectáculo insoportable que sólo se explica por la capacidad que hemos desarrollado en Euskadi de vivir diariamente la anormalidad como si de lo más normal se tratara. La primera noticia de la manifestación en San Sebastián a favor de la autodeterminación de Euskal Herria la tenemos de boca del portavoz habitual de Batasuna. Pero estamos inmersos en una pantomima digna de la peor escolástica para determinar si es o no Batasuna la convocante, o ciudadanos individuales en el goce y ejercicio de sus derechos civiles y políticos. ¿Habrá alguien en Euskadi que dude de quién es el convocante, de cuál es la razón de la convocatoria?
A alguien que cobrando un pequeño sueldo sometido al IRPF, pero contando con otros ingresos mensuales no fijos, variables, y que preguntó en una administración foral si podía constituir una SL, una sociedad limitada, para así pagar por impuesto de sociedades, se le contestó diciendo que en cualquier caso se le sometería a transparencia fiscal, es decir, que al final terminaría pagando como si todos los ingresos estuvieran sometidos al IRPF. No creo que sea tan difícil someter a transparencia fiscal a Batasuna, a los convocantes de la manifestación por la autodeterminación de Euskal Herria. Está a la vista de todos. Ellos mismos lo han puesto en nuestro conocimiento. Todos los comentaristas políticos de todos los medios han coincidido en que la finalidad de la convocatoria es poner de manifiesto que Batasuna actúa como si fuera legal y no tuviera que someterse a las condiciones de la Ley de Partidos Políticos y a la sentencia que la declara ilegal. ¿Cuánta más transparencia política hace falta?
Claro que cómo se prohíbe la manifestación de un partido, por muy ilegal que sea, si otros partidos políticos legales y democráticos como el PNV, el PSE, EA e IU tienen a bien reunirse oficialmente con sus líderes. Claro que es difícil de prohibir la manifestación convocada por un partido ilegal que es tratado a todos los efectos por otros partidos legales y democráticos como si fuera legal. Con luz y taquígrafos. Con las cámaras de televisión presentes.
Uno se pregunta, y espero que no se me enfade ningún socialista vasco, cómo es que la manifestación convocada por Batasuna no es plato del gusto de los socialistas si han pasado por las horcas caudinas de reunirse oficialmente y al más alto nivel con ellos. Uno se pregunta en qué lengua les dijeron que tienen que legalizarse, pues parece que no lo han entendido. Y parece que Batasuna y sus líderes prefieren atenerse a los hechos y no a las palabras. De todo lo cual no puede alegrarse el Partido Popular, pues con su política de todo o nada, con su apuesta por ver en cada palabra, en cada acto, en cada decisión puesto en juego el todo de la ética, el todo de la democracia, el todo del Estado de Derecho no hace más que constreñir el campo de maniobra de los demás, en lugar de fortalecer el espacio común de los demócratas frente a los terroristas.
Si Batasuna se sale con la suya, si ETA-Batasuna consiguen poner de manifiesto que siguen dictando las reglas del juego y que sólo respetarán las suyas, alguien se tendría que tentar la ropa y andarse con cuidado antes de sentarse en mesa alguna, aunque sea para hablar de los formalismos de si es papel DIN-A4 o de cuadradillo aquél en el que se anotan las palabras que va diciendo cada uno de los participantes en la susodicha mesa.
Si la manifestación se celebra, debiera ser obligación de todos los partidos democráticos proclamar pública y solemnemente que no va a haber mesa alguna, y menos en otoño, mientras Batasuna no se haya transformado en un partido legal, o bien porque ETA ya ha dejado de existir, o bien porque condena el uso ilegítimo de la violencia. Y que no va a haber mesa alguna ni para hablar del tiempo, ni para tomar el acuerdo de que no va a haber acuerdos hasta que ETA haya desaparecido. Si la democracia, si el Estado de Derecho, si los partidos demócratas no vuelven a tomar la iniciativa, si siguen marchando al paso marcado por ETA-Batasuna, las cosas no van a ir bien. Es hora de que alguien pegue un puñetazo en la mesa. Especialmente si se está convencido de que las bases del proceso son sólidas.
arcadio
10:38 | 13 Agosto 2006 | Permalink
Hoy en el blog de Arcadi, http://www.arcadi.espasa.com/
Aquí lo que hay es mucho ciudadano convencido. Aquí y en Pekín, claro.
13 de agosto
Se precipita al abismo Pedro J. Ramírez al final de su artículo de El Mundo. La patética peripecia conspiranoica del gobierno socialista le recuerda indefectiblemente la de El Mundo (m). Pasa un mal momento. Un rapto. Pero la acción es la vida. ¡Que apaguen los incendios!, huye como puede, arremetiendo. Sus apuros no extrañan. La fabulación coinspiranoica es ya la dueña de la vida española. Y, en consecuencia, la autoridad de la verdad se extingue. Qué autoridad va a tener a partir de ahora el ministro Rubalcaba en su crítica sobre las ficciones del 191M cuando a las primeras de cambio se ha puesto a elaborar las suyas. El ejemplo del ministro del Interior es extraordinario. Nunca antes se las había tenido que ver con hechos. Sólo con discurseos. Es instructivo ver cómo ha intentado despacharlos. Cuando la policía a sus órdenes tardó ocho horas en aparcer por el aeropuerto del Prat, fabuló con el queroseno. Cuando el Estado se muestra incapaz, minusválido, para apagar los fuegos, fabula con los Ppirómanos. El ministro comprueba que las fábulas no apagan los fuegos ni levantan los aviones, por supuesto. Pero qué me importa a mí lo que vayan a ser los bosques de Galicia dentro de cincuenta años. La infección. Dice El País en un reportaje tristísimo: “Por ahora el ministerio del Interior no tiene ninguna prueba de que detrás de esta cadena de fuegos haya una banda organizada. Y sin embargo cada vez hay más ciudadanos convencidos de que hay algo raro, de que algo huele a chamusquina”. ¡Por los clavos del señor! Algo huele a chamusquina. ¿De quién es hija esa metáfora? ¿Del apresuramiento, de una técnica inane, del descuido, de una gracia cular? No. Sólo de los “ciudadanos convencidos” Cuando uno escribe “cada vez hay más ciudadanos convencidos”, cuando uno señala con tanta oblicua y degenerada precisión la razón de todo, la evidencia de que el convencimiento está por encima de la verdad, cuando uno asesina, en fin, es ya perfectamente capaz de no cederle el asiento a una anciana. ¡Niños!: han escrito algo huele a chamusquina, hoy en El País. En cuanto a su bienintencionado editorial… Incluye también estas líneas: “…las características especiales de los incendios de este año (proximidad a zonas habitadas, etcétera.)” Hombre, hombre. Un etcétera es una petición de confianza. Hay que ganársela. Por eso el resto (el plural implícito) necesita, al menos, dos enumeraciones concretas. ¿Cuáles son las “características especiales”? El resto es etcétera. Pero ni siquiera la enumerada vale. Esto es, por ejemplo, lo que pasaba hace pocos días en Setúbal. Los ciudadanos están convencidos. Perfectamente convencidos. De y por su periodismo.
Jorge Marsá
12:02 | 14 Agosto 2006 | Permalink
Los retos de Batasuna
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
[El Correo, 14 de agosto de 2006]
Existe en algunos socialistas cierta sensación de haber sido engañados por Batasuna. Hace un mes y medio creían que habían acordado que la formación que lidera Arnaldo Otegi daría los pasos necesarios para volver a la legalidad después del reconocimiento político conseguido con la reunión mantenida con los dirigentes del PSE. Era lo apalabrado, dicen, pero en lugar de eso Batasuna no ha dejado de plantear nuevos pulsos desde entonces y de rechazar de forma reiterada dar cualquier paso para acatar la ley.
Los últimos retos han tenido lugar durante la semana pasada a cuenta de la manifestación de San Sebastián presentada públicamente por uno de los portavoces de Batasuna y convocada con la cartelería habitual de este partido, obviando el detalle no menor de su condición ilegal. Y cuando la justicia entró a estudiar el asunto, a Otegi le faltó tiempo para denunciar el acoso que sufre Batasuna y para reclamar a los socialistas más respeto.
El PSOE ha optado por la política de mano tendida hacia Batasuna y ejemplo manifiesto son las palabras del secretario general de los socialistas alaveses, Txarli Prieto: «La mesa de partidos no es algo que necesitemos los partidos democráticos. Puede ser algo que necesita la izquierda abertzale para hacer un período de transición, desde su ilegalización hasta un proceso de acomodación de nuevo ( ), y en ese período de transición puede tener sentido la mesa de partidos, pero si Batasuna sigue en ese empeño de no pasar por las reglas de la democracia, ¿para qué queremos una mesa de partidos?».
Es una buena pregunta porque todo el proceso puesto en marcha, según se dijo, era para comprobar que ETA estaba dispuesta a dejar las armas y para integrar a Batasuna en el sistema democrático. Y si ese era el objetivo, debían ser Batasuna y ETA quienes se movieran, no el conjunto de los partidos democráticos aceptando un foro extraparlamentario, al margen de las instituciones que han elegido los ciudadanos. Pero cada concesión realizada es por la izquierda abertzale una plaza fuerte conquistada y desde ella se prepara el asalto de la siguiente.
Jorge Marsá
11:49 | 18 Agosto 2006 | Permalink
Los intelectuales son para el verano
CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN
[ABC, 18 de agosto de 2006]
¿SIGUE habiendo intelectuales hoy en día? ¿Viven entre nosotros gentes de letras comprometidas de altura comparable a la de Orwell, Mann y Camus o, en la acera de enfrente, capaces de caer tan bajo como Sartre, Neruda o Brecht? Para bien o para mal, me parece dudoso. Por otra parte, ¿los necesitamos?, también me parece dudoso. Pero, de creer a la prensa, los veranos rebosan de actos donde centenares de intelectuales peroran de esto y lo otro en esos prolíficos cursos vacacionales que ya son otro hábito del estío español. Afortunadamente más agradecido que los incendios o la sequía, pero para los protagonistas representan poco más que una ocasión interesante de sacar unos euros, visitar sitios bonitos, pasar un rato agradable entre colegas amistosos y admiradores e incluso echar alguna cana al aire. Todas ellas cosas dignas de respeto, pero distantes de las tareas heroicas que históricamente se han atribuido a ese esquivo grupo social, tareas que suelen resumirse con alguna bochornosa expresión como «encarnar la conciencia crítica del mundo» o algo por el estilo. ¿Suso de Toro, José Saramago, Javier Sádaba, Bernardo Atxaga, César Vidal o Rosa Regás encaramados a tan alta cucaña? Hombre… Que hoy en día sea tan fácil recibir -y dar- el prestigioso título de «intelectual» indica hasta qué punto se ha reducido a una cáscara sin sustancia. Como los títulos de nobleza, ya no se gana en el campo público de batalla al estilo de Zola, sino por los servicios rendidos a un poder agradecido. Cuanto más pesa el poder en una sociedad más proliferarán allí los intelectuales, hasta números extraordinarios. En España, Cataluña y el País Vasco son sin duda los territorios con más intelectuales por kilómetro cuadrado, lugares donde es fácil tropezar con manifiestos firmados por miles de intelectuales y docenas de asociaciones culturales, siempre a favor de algo conveniente para quien manda, se trate del nuevo Estatut o del Proceso de Paz. Galicia lleva el mismo camino, tras la exitosa vuelta del Nunca Máis a la delación paranoica de los enemigos políticos de Galiza. En España los intelectuales han acabado siendo extraordinariamente ubicuos y solicitados. Los hay tanto de izquierdas como de derechas, aunque la derecha sigue arrastrando un incomprensible complejo de atraso en esta materia -como si Unamuno y Ortega hubieran sido comunistas- y se lamenta más que la izquierda del poco aprecio que percibe entre la intelectualidad. Quizás porque espera de ésta cosas extraordinarias: la rendición de ETA, la garantía de la unidad constitucional de España o la popularización del patriotismo -esas conquistas que es incapaz de ganar la Iglesia.
La afición española a los intelectuales es, me parece, un resultado de la consolidación de esa fórmula de «intelectual popular» que es el tertuliano, todólogo dispuesto a opinar sobre ecología marina o la guerra del Líbano, pasando por la OPA de Endesa y la crisis (eterna) del cine español (una de nuestras más fértiles fábricas de intelectuales). Por encima de este nivel divulgativo hay, ciertamente, una clase más selecta que algunos bienintencionados llamarán de los «verdaderos intelectuales», designación dedicada no a lo que se ha solido entender como tales -personas consagradas a diversas batallas ideológicas en todos los aspectos de la existencia-, sino a profesores, escritores o periodistas que tienen algo interesante que decir sobre algunos temas -nunca sobre todos los posibles-, que saben comunicarlo, y lo hacen en los medios de comunicación. La mayoría de estas personas suelen compartir tres rasgos: protegen su independencia, no les gusta firmar cosas a favor del establishment -se trate del cubano o el catalán-, y por eso mismo el establishment les despacha como «sedicentes intelectuales». Es la expresión que pusieron de moda los nacionalistas vascos, primero, seguidos de los catalanes, y ahora de los medios de la derecha más combatiente que además les achaca «venderse a Zapatero» o «eludir la identificación con la derecha» si, por ejemplo, no convocan una manifestación al mes contra los estragos -tan reales, pero insensibles a la indignación- del zapaterismo.
En realidad, quienes dan una importancia tan desaforada a los intelectuales, como en los tiempos de Gramsci o Benda, son presas de un pensamiento excesivamente conservador. No es la irresponsabilidad general la que ha acabado con el papel de los intelectuales como vigías de la opinión pública, sino la extraordinaria democratización del arte de opinar y contar cosas, y sobre todo la extraordinaria complejidad de las cosas, ignorada por los inconscientes que toman en serio a Zerzan, Negri, Baudrillard o Fukuyama. La culpa también es de internet. El 60 por ciento de los internautas franceses tienen su propio blog, una red inmensa, y cada día se abren en todo el mundo unos 175.000 blogs. Las reglas del juego de la opinión y la información están cambiando a toda velocidad, aunque no sepamos muy bien cómo. Entre tanto, la proverbial pereza española frente a los cambios, la afición a la charlatanería -estudiada ahora como bullshit-, prefiere aferrarse a las tertulias y los cursos de verano donde desfilan los intelectuales de guardia. La paradoja estriba en que la mayoría de quienes podrían adaptarse mejor al perfil clásico de «intelectual» ya no tienen el menor interés en ocuparlo, y eso que no faltan apetitosas recompensas. Prefieren trabajar en lo que saben hacer o quieren aprender, y opinan o proponen cosas como ciudadanos, no como émulos de Pepito Grillo. Es verdad que mucha gente inerme echa de menos al intelectual clásico, tan seguro siempre de sí mismo y de su causa, pero sólo es un síntoma de adolescencia social. No es casual que al presidente Zapatero le encandilen tanto los intelectuales y procure seguir sus ocurrencias -Alianza de Civilizaciones, por ejemplo-, en lugar de escuchar a gente que sepa de lo que habla. Pero esta última siempre es más compleja, difícil e incontrolable, como la pura e ingrata realidad.
Jorge Marsá
9:55 | 23 Agosto 2006 | Permalink
Dos artículos publicados hoy en Basta Ya:
Zapatero, la reforma y el estado residual
Javier Zarzalejos
Informa “El Correo” que el Presidente Rodríguez Zapatero “hará en otoño un ultimo intento de pactar la reforma constitucional”. El titular que acabo de reproducir es de una generosidad notable. Hablar de “un último intento” presupone que ha habido otros anteriores; sugiere que el empeño pactista del Gobierno en asunto de tanta envergadura ha sido despreciado por la oposición, es decir, el Partido Popular; retrata a Zapatero como varón de virtudes frente a sus intratables y frustrados interlocutores.
Sin embargo, el registro de la actuación de Rodríguez Zapatero en este tema indica todo lo contrario. El Presidente del Gobierno ni ha intentado ni, con toda probabilidad, va a intentar pactar con el PP la reforma constitucional. Es verdad que un día ya lejano de enero, en 2005, más atento a la carta en la que Otegui cebaba la “oferta de Anoeta” que a la conversación con Rajoy en Moncloa, Zapatero acordó constituir una comisión bilateral con el PP para articular el diálogo sobre las reformas constitucionales y estatutarias. Hasta hoy. Más recientemente, a cuenta del alto el fuego de ETA, también se comprometió con el líder del PP a convocar la comisión de seguimiento del pacto antiterrorista. Tampoco. Unas semanas después también se acordó que el terrorismo no sería materia de discusión en el debate sobre el estado de la nación lo que no fue obstáculo para que mientras Rajoy cumplía escrupulosamente el compromiso, el PSE hacía saltar la banca con su decisión de intercambiar miradas con Batasuna. Si, además, el PP quema Galicia y si, al decir de Ramón Jáuregui, entre apretar el botón de la paz o el de ganar las elecciones, el PP apretaría el de ganar las elecciones –“es tremendo pero es así”, lloraba el cocodrilo- lo del acuerdo para la reforma constitucional parece complicado. Y no porque se le exija al Presidente Rodríguez Zapatero que se hernie persiguiendo al PP para arrancarle un acuerdo. Bastaría con que cumpliera alguno, sólo alguno, de los compromisos de simple procedimiento adquiridos con Mariano Rajoy.
En el caso de la reforma constitucional, sólo cabe esperar, una vez más, la escenificación sin convicción alguna de un intento de diálogo con el PP que permita al Gobierno justificar el incumplimiento de la iniciativa que al comienzo de la legislatura presentaba mayor calado político. La iniciativa amparada en su día por Zapatero, ahora presenta algunos riesgos políticos inoportunos para el Gobierno, sobre todo después de que el Consejo de Estado en el dictamen pedido por el Ejecutivo haya planteado la necesidad de “superar la apertura del modelo autonómico”, esto es, de hacer de la reforma constitucional una iniciativa para dotar de eficacia y estabilidad a la organización territorial de nuestro país. La reforma limitada y cosmética planeada por el Gobierno ya no sirve. No sirve, al menos, como coartada para decir que así se equilibran las reformas estatutarias. El Estatuto de Cataluña y los que le seguirán acentúan la condición residual del Estado. Y no es que digamos ahora lo que dice Maragall; es que Maragall ha dicho lo que muchos han venido diciendo desde hace mucho tiempo y con toda razón. Junto con el Estado, lo que ha quedado en entredicho es el propio principio de la reforma como procedimiento necesario para cambiar la Constitución cuando los nuevos Estatutos – el de Cataluña desde luego- se han convertido en vehículo de mutaciones constitucionales, de modificaciones de la Constitución que sin observar el procedimiento formal de reforma, se consolidan de hecho. Añádase a lo anterior que la generalización de la bilateralidad como principio dominante en las relaciones entre las comunidades y el Estado condena cualquier ambición de fortalecer el Senado como foro de cooperación multilateral.
El entusiasmo con que el Partido Socialista comparte las exigencias nacionalistas, las avala y las legitima hace imposible pensar que puedan pactarse las decisiones de reforma constitucional que serían aconsejables. Pero, en fin, ya se sabe que no pasa nada. De hecho, cuando Maragall describía al Estado como “residual” en Cataluña, lo hacía como exhibición de un valioso logro. Una satisfacción que no podemos compartir los que vemos en el Estado la instancia mediadora entre la Constitución y los hombres y mujeres iguales en derechos y obligaciones. Constitución, Estado y ciudadanía van en el mismo paquete.
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Para no ser idiotas
Aurelio Arteta
No hay democracia sin demócratas, pero nadie nace demócrata o ciudadano sino que ha de aprender a serlo. ¿Por qué entonces esta cruzada contra la introducción en la escuela de una asignatura como Educación para la ciudadanía? Desde luego por ese infantil sectarismo que transforma cuanto salta a la arena pública en munición contra el adversario: será bueno lo que digan o hagan los míos y abominable lo que proceda de los de enfrente… Pero sobre todo porque existe un terreno propicio, a derecha e izquierda, hecho de esa ignorancia y prejuicios que son campo abonado para las invectivas de la oposición. La misma ignorancia y los mismos prejuicios, oh casualidad, que proclaman a gritos la conveniencia de impartir esa enseñanza a toda prisa.
Ahí está primero el relativismo, nuestra más permanente moda intelectual y moral en las últimas décadas. Eso que pretende enseñarse, se dirá, no es un saber como las Matemáticas o la Geografía; o sea, no algo preciso, demostrable o con validez universal. De modo que aquí no hay magisterio que valga, que todo es opinable y ya sabemos que todas las opiniones son respetables y sólo faltaba, oiga, que usted quisiera convencerme del mejor fundamento de la suya. Tanto vale el parecer del alumno como el de su profesor o el de sus papás, cada quisque está en su derecho de pensar y decir cuanto le venga en gana y los demás no lo tenemos para cuestionar eso que dice o piensa. Unase a esta sarta de disparates el presunto valor de cualquier diferencia, la prohibición de juzgar ninguna conducta, el reciente culto multiculturalista o ese simulacro de tolerancia que es simple falta de ideas propias… y tendremos el caldo en que demasiados chapotean. Sin ese caldo ambiental, ¿alguien cree que los nacionalismos y otras miserias del momento harían tantos estragos en este paìs?
Pero este estúpido relativismo, reñido con todo pronunciamiento que rebase el perímetro de cada cual o de su grupo, encuentra cumplido apoyo en las insulsas consignas pedagógicas. La tesis resultante es que la asignatura de marras sobra del currículo escolar. Tratándose de “valores”, lo correcto al parecer será inculcar actitudes sin ofrecer las razones que las fomentan y justifican. Basta así enseñar la ciudadanía como de refilón y de pasada, y que la enseñe cualquier titulado y que su enseñanza se reduzca a la adquisición de buenos modales. Los chicos aprenden a ser demócratas cuando en clase guardan silencio o hablan a su debido tiempo; en el mejor de los casos, porque saben recitar algún artículo de la Constitución. Dejada a su aire, en fin, la materia escolar más decisiva para el bienestar colectivo acabará convertida en una maría.
Esta resistencia frente a la Educación para la ciudadanía se alía asimismo con los prejuicios antiestatales más rancios. El Estado, si no ya la encarnación del Maligno, evoca todavía para muchos un poder oscuro y abusivo, el lugar de la imposición arbitraria e incontrolable. El homo oeconomicus que llevamos dentro nos lo muestra como algo tal vez necesario, pero siempre fastidioso y merecedor de sospecha. Encogido el Estado a mero instrumento, le confiamos nuestra seguridad y la de nuestros negocios, pero que no se atribuya derecho alguno a formar también nuestras categorías morales y políticas. Esta tarea es competencia exclusiva de la familia, que de estos temas conoce un rato largo. Si para colmo de males el actual ocupante de su gobierno nos disgusta, el veredicto salta fulminante: esa medida busca sólo el adoctrinamiento (¿) ciudadano.
Y uno, que no sabe por dónde iniciar la réplica, enviaría enseguida a estos objetores a cursar la misma asignatura cuyo estudio desdeñan para sus hijos. Pues no son todavía ciudadanos quienes viven ajenos a la comunidad general, de cuyo buen orden depende el las comunidades particulares que formamos; los que no se tienen por sujetos activos de ella, porque eso es asunto de “los políticos”; los que apenas reconocen deberes respecto a sus conciudadanos, y sí más bien derechos. Un griego clásico les hubiera llamado idiotas, o sea, individuos tan sólo preocupados por lo idíos o propio. A poco ciudadanos que se sintieran, admitirían que este saber de lo tocante a todos no puede transmitirlo la familia, que es una comunidad parcial y volcada en el egoísta interés de sus miembros. Esa educación será incumbencia del Estado democrático, la única comunidad universal entre la población, esa cuya razón de ser es procurar el bien de la mayoría según ésta delibere y decida. Si a toda enseñanza normativa llamamos “adoctrinar”, en fin, ¿será despreciable el adoctrinamiento con vistas a instruir demócratas como lo es el destinado a formar súbditos aptos para un régimen autoritario o fanáticos de uno nacionalista? ¿Acaso es la democrática (que respeta el legítimo pluralismo) una ideología como cualquier otra?
No esperemos una respuesta convincente de nuestra jerarquía católica, protagonista principal en esta batalla contra la ciudadanía. Por interesada que esté en combatir el relativismo reinante, su afición al Absoluto resulta una eficaz manera de propagarlo. De suerte que podemos acercarnos a ella en el diagnóstico de ese mal, pero nos separan la detección de sus causas y su tratamiento. Y condenamos el desarme moral propio del “todo vale” para invitar al debate argumentado de las opiniones, no para zanjarlo por medio del dogma. Será costoso alcanzar alguna verdad satisfactoria sobre una sociedad justa, pero no dejaremos a la autoridad religiosa que nos dicte la suya. Sería como pasar de una minoría de edad a otra, cambiar la “tiranía de la mayoría” por la tiranía de bastantes menos; renunciar, en suma, a la autonomía para resguardarnos en la heteronomía de costumbre.
Pues esta Iglesia, alentada hoy por la enseñanza del anterior Pontífice, ha decidido que su reino sea también de este mundo. Si el lector quiere tomarse la molestia, acuda para comprobarlo a encíclicas recientes como la Centessimus Annus o la Splendor Veritatis, en las que aquélla se arroga la máxima autoridad secular a partir de una expresa voluntad fundamentalista. Según parece, requisito de la auténtica libertad humana será la obediencia a la verdad natural y revelada, sin cuyo reconocimiento no hay garantía alguna de justicia. Y puesto que la encargada de predicar aquella verdad sobre Dios, el hombre y el mundo no es otra que la Iglesia Católica…, saquen ustedes las conclusiones. La filosofía política, claro está, ha de volverse sierva de la teología. Para ponderar cuánto malentiende la Iglesia nociones políticas elementales, leamos por ejemplo que el creyente “no [debe] aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos” (CA, 46). El caso es que la democracia ni proclama ni pretende semejante barbaridad. Pero, a partir de tan enorme confusión, el programa eclesiástico es diáfano: que la democracia deje paso franco a la teocracia.
Si algún día se llamó maestra, hace mucho tiempo que a la Iglesia le toca sentarse entre los discípulos y aprender ciudadanía como todos. Ignoramos si fuera de la Iglesia está nuestra salvación celestial, pero seguro que el progreso civil no se halla dentro de ella. Hágase cargo de la comunión de los santos, pero que nos deje a los demás -como estableció por cierto su último concilio- administrar la comunidad de ciudadanos. Sólo por eso, o siquiera por la cuenta electoral que le trae, al primer partido de la oposición le convendría guardar distancias respecto de sus ilustrísimas compañías. Porque en la cosa pública a él le corresponde el papel de oficiante, no de monaguillo, y goza de mayor autoridad el señor Rajoy que monseñor Cañizares.
Josechu
10:18 | 23 Agosto 2006 | Permalink
Se empiezan a escuchar voces de oposición en algunas Comunidades Autónomas Españolas, caso de Murcia o Cataluña entre otras, por el traslado de inmigrantes de Canarias hacia estas latitudes. Justifican, o disfrazan, este rechazo por una mera cuestión formal, el Gobierno Central no avisa previamente…vaya por Dios. Espero las reacciones del Gobierno de Canarias y los cabildos de Gran Canaria y Tenerife. A ver qué dicen, seguro que reclaman la solidaridad interterritorial, con la que estoy de acuerdo, porque a principios de este siglo cuando la inmigración se expresaba en Fuerteventura y Lanzarote bien que cerraron sus puertas a la cooperación con estas Islas.
En el blog de Arcadi Espada el periodista extrae estas declaraciones de Carod Rovira, el líder de Esquerra, y propone un delicioso artículo con respecto a cómo se abordó el fenómeno migratorio en Cataluña con extranjeros, con andaluces y murcianos principalmente.
Ahí va, por si resulta de interés.
23 de agosto
“Carod-Rovira insistió en la necesidad de que haya, por parte de los inmigrantes, ‘una voluntad de integración en el país y en sus derechos democráticos, su cultura, su lengua y su sistema de vida”.
(De los periódicos)
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“Otro rasgo constante de los pronunciamientos de ERC sobre el paro fue su énfasis en las nefastas consecuencias de la inmigración. Esquerra atribuía el desempleo a una oferta excesiva de mano de obra (obreros que habían ido a trabajar a Barcelona antes de la Exposición Universal de 1929), y abogaba por la repatriación de los inmigrantes no catalanes. En otras palabras, ERC interpretaba el desempleo en términos nacionalistas. Resulta irónico que con la izquierda liberal por primera vez en el poder en 1930, el partido gobernante definiese la inmigración como «una ofensiva contra Cataluña» y explotase el tema políticamente, pese a que Barcelona llevase recibiendo a trabajadores no catalanes desde la década de 1880. El discurso de ERC formaba parte de una estrategia deliberada para dividir a la clase obrera en términos étnicos y entre los que trabajaban y los que no.
Por más que pueda sonar a teoría de la conspiración, la política llevada a cabo por ERC en la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona se basó en esta estrategia divisoria. En un principio, Esquerra planeó recurrir el paro a través de la repatriación voluntaria de inmigrantes. Poco después de proclamarse la República, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona alquilaron un tren para llevar a los inmigrantes de vuelta al sur de España. Por toda la ciudad aparecieron carteles anunciando el viaje y prometiendo comida y bebida gratis para el trayecto completo de más de un día de duración. El gran interés que despertó la operación complació enormemente a las autoridades y un tren repleto de pasajeros dejó Barcelona rumbo al sur. Sin embargo, en lo que pudo ser un acto de sabotaje, el tren fue obligado a parar en La Bordeta, el punto más cercano a La Torrassa de la línea ferroviaria. Cuando volvió a ponerse en marcha, casi todos los inmigrantes habían huido llevándose consigo la comida y bebida gratuita 86. Tras esta farsa, ERC optó por la repatriación forzosa, una iniciativa más cara que tampoco tuvo éxito. No es de extrañar que los obreros se opusiesen a la repatriación, en especial porque un inmigrante del sur rural podía fácilmente haberse pasado un año ahorrando para poder pagar el pasaje del barco o las 40 horas de viaje en autobús a Barcelona. Era bastante habitual que los inmigrantes deportados regresasen casi inmediatamente después de ser deportados a su casa adoptiva, conscientes de que las fábricas de Barcelona ofrecían más posibilidades de encontrar trabajo que la agricultura del sur de España, en plena crisis. En ocasiones, obreros en paro repatriados dos veces en una misma semana como supuestos «mendigos», estaban de vuelta en Barcelona ese mismo fin de semanas.
Sin embargo, ERC no pareció inmutarse y a cambio instituyó nuevos controles espaciales, ignorando el hecho de que éstos contravenían su compromiso anterior de respetar «la libertad de movimiento y selección de residencia», consagrado en los estatutos del partido. Pese a no tener autoridad para regular el acceso de los ciudadanos españoles a Cataluña, Esquerra estaba decidida a cambiar el estatus de Barcelona como «ciudad abierta» y detener la «invasión» de inmigrantes: como diría L’Opinió, nadie toleraría que se le instalase un desconocido en casa «bajo pretexto que es mejor que su propia casa.» ERC quería establecer por todos los medios un «cordón sanitario» de controles de inmigración, que sería impuesto por una nueva fuerza policial de inmigración ubicada en las estaciones de trenes y puertos barceloneses, y en las principales entradas de carretera a la ciudad. Esquerra también era partidaria de un sistema de «pasaportes» que obligase a los inmigrantes a demostrar que contaban con una oferta de trabajo o ahorros. La idea era que todas estas medidas, «duras pero justas», reducirían el paro al menos en un 50 por ciento y lograrían «evitar [la llegada de] aquellos que vendrían a crear conflictos»”.
Para justificar esta política, se puso en marcha una ofensiva propagandística contra los inmigrantes, que continuaría a lo largo de toda la República y que crecería en proporción directa a la crisis económica y el conflicto social; poco importaban los indicios del voto en tropel de los obreros inmigrantes a ERC en las elecciones de abril y junio de 1931, y su apoyo al logro de una autonomía catalana. El ataque a los inmigrantes coincidió con el ascenso del ala nacionalista racista de ERC, coalición todavía muy inestable. Una ola antiinmigratoria repentina y violenta estigmatizó a los obreros de fuera de Cataluña, evocando imágenes de una «inundación» «sistemática» de «forasteros» en «nuestra casa» (casa nostra): «La llegada de trenes llenos de gente que vienen [a Barcelona] a estar parados», formando «enjambres» y «plagas virulentas» de pobres «indignos» y un «ejército» de mendigos. La prensa de Esquerra solía describir a los parados en castellano («los sin empleo» o «los parados»), en vez de en catalán, («els sense feina» o «els parats»), un contraste que reflejaba la visión nacionalista de una sociedad catalana unida y armoniosa a cuya capital los inmigrantes «acudían» a «estar
desempleados».
Los murcianos eran el principal blanco de estas críticas, pese a representar tan sólo un porcentaje pequeño de la población inmigrante de Barcelona. Se les vilipendiaba de forma muy parecida a los irlandeses durante la Inglaterra victoriana, acusándoles de ser fuente de crimen, enfermedad y conflicto. Según el estereotipo del «murciano inculto», los inmigrantes eran una tribu inferior de degenerados, como los miembros «retrasados» y «salvajes» de las tribus africanas. Esta mentalidad de tipo colonial podía vislumbrarse en las viñetas de hombres y mujeres murcianos, donde aparecían como feos seres infrahumanos. Carles Sentís, un periodista republicano que publicó una serie de informes sobre La Torrassa («La pequeña Murcia») en 1′Hospitalet, promocionó este tipo de actitud, resaltando las prácticas moralmente aborrecibles y la indisciplina general de los inmigrantes. Para Sentís, los inmigrantes eran una raza primitiva con una cultura «previa», que vivían en estado de naturaleza. En concreto, atribuía el origen de todos los problemas sanitarios y sociales de La Torrassa, como el tracoma y la delincuencia juvenil, a la promiscuidad de la mujer murciana y un «régimen de amor libre». Desgraciadamente, para el resto de los parados, estos inmigrantes «vegetantes» eran una carga «asfixiante» sobre unos recursos de asistencia social ya de por sí al límite de sus posibilidades: «Cuando llegan a la ciudad lo primero que preguntan es dónde está la oficina de beneficencia», «robando el pan a nuestros niños catalanes» y convirtiendo Barcelona en un enorme «asilo para pobres». De hecho, Esquerra afirmó querer hacer más por los parados, pero que temía que sólo lograría con ello «atraer a Barcelona a los parados de toda España».
La política de desempleo de ERC se basaba en la premisa de un juicio Final secular, diseñado para ayudar a los «pobres meritorios» y reprimir al mismo tiempo a los parados «poco honrados» y «viciosos» en asilos para pobres. Como explicó un republicano local, el Departamento de Asistencia Social del Ayuntamiento de Barcelona era el que valoraba «quién necesitaba ayuda y quién debía ser reprimido». En muchos aspectos, esta política representaba la continuación de la distinción decimonónica entre los pobres «meritorios» y los «indignos»: se consideraba a los primeros capaces de superarse y, por tanto, meritorios de recibir asistencia oficial, mientras que los segundos eran unos «indeseables», «pobres profesionales», un peligro para la sociedad que había que reprimir. Según este argumento, para optar a las ayudas de la Comissió Pro-Obrers sense Treball, los «sin empleo» tenían que empezar por demostrar que eran «obreros verdaderos» y no «vagos», comprometiéndose a aceptar cualquier trabajo que les ofreciesen. También debían satisfacer una serie de condiciones rigurosas, como acreditar su residencia en Barcelona al menos durante cinco años, una cláusula que excluía al número sustancial de inmigrantes llegados a la ciudad para trabajar en los programas de obras públicas de Primo de Rivera después de 1926, así como a los miles de obreros que volvieron a Barcelona tras el colapso de la economía europea en 1929, o que habían pasado la dictadura en el exilio. Asimismo, la Comissió exigía que los parados demostrasen su «buena conducta» en el pasado, una condición que en realidad servía para excluir a todos aquellos que hubiesen jugado un papel activo en la CNT. No es de sorprender que se acusase a la bolsa de trabajo de la Generalitat, dedicada a los parados «meritorios», de ignorar la suerte de los obreros que habían caído víctimas de sus patronos debido a su participación en actividades sindicales.
Como resultado de la política de ERC, el acoso diario de los parados en las calles aumentó considerablemente. La persecución de obreros «indocumentados» es un buen ejemplo. De la noche a la mañana, desapareció la tolerancia de la que había hecho gala la policía en su trato con los obreros en paro que no podían permitirse mantener sus papeles al día. Además, el Ayuntamiento de Barcelona expidió una nueva Tarjeta d’Obrer Parat que básicamente era un sistema de documentos de identidad en el que constaba el historial laboral del individuo: el que no lo llevase consigo se exponía a ser enviado a un asilo para pobres o a ser repatriado. También se organizó en los municipios una «fuerza policial especial» como parte de la Guàrdia Urbana para lidiar con los parados, equipos especializados en la «laboriosa tarea» de «purificar» a los «sin empleo». En palabras de L’Opinió, el objetivo del Ayuntamiento no era dar asistencia a los pobres sino «repatriar forasteros y aislar a los vagos […] separar el problema del paro de la «vagancia». Dada la naturaleza represiva y exclusiva de las organizaciones oficiales a cargo del desempleo, los obreros inmigrantes lógicamente preferían mantenerse alejados de éstas, de tal forma que, a mediados de 1931, el número de parados registrados en la bolsa de trabajo de la Generalitat no llegaba a los 10.000. Más revelador aún era el hecho de que en el sector de la construcción, tan sólo 3.593 obreros estuviesen registrados en la bolsa de trabajo, cuando el número de desempleados en esta industria, principal fuente de empleo para los inmigrantes en Barcelona, estaba cerca de los 15.000.
A medida que se abría el abismo entre las instituciones republicanas y los parados, crecía la paranoia de las autoridades respecto al tema del orden público, susceptibilidad aplicable a toda muestra de jaleo popular, ya fuesen discusiones de borrachos o invasiones del campo de juego en los partidos de fútbol. Incluso se describía el crimen contra la propiedad y el crimen callejero como conspiraciones antigubernamentales de los «llamados sin trabajo», al tiempo que se expresaba inquietud ante las pandillas de «enemigos de la República» cuya misión consistía «en cometer atracos para desacreditar el nuevo régimen». El gobernador civil Companys advirtió que los «maleantes» y los «elementos indeseables» estaban «haciéndose pasar por parados» y «provocando» a los «sin empleo» a cometer «actos criminales» y «atrocidades» en nombre de «subversivos anónimos» y otros «enemigos armados del pueblo», que querían convertirse en los «dueños de las calles.» En círculos republicanos, el sentimiento generalizado era que los parados estaban abusando de las libertades democráticas de forma «intolerable», pues se «sentían valientes» para protestar con «arrebato», mientras que «no habían dicho una palabra durante siete espaciados años de dictadura» cuando «era más peligroso». Como la lógica de la «república del orden» negaba a los parados el derecho legítimo a quejarse sobre su situación, cualquiera que lo hiciese se convertía en un «enemigo de la democracia». Así, Esquerra insistía en que el principal problema del paro era la protesta que traía consigo.”
La lucha por Barcelona
Chris Ealham
Alianza 2005
(Cortesía de Manuel Trallero)
Fernando Marcet
12:49 | 23 Agosto 2006 | Permalink
Quiero creer que el señor Spada en este caso exagera un tanto. Tal como pinta a los erc, hitler parecería caperucita roja a su lado. Seguramente habrá muchas cosas de estas que serán ciertas, tal vez incluso todas. Pero es como cuando en un resumen de un partido de baloncesto te ponen solo las canastas de un equipo. Ños, qué paliza habrá metido a los rivales, piensas. Pero no, al final incluso puede que perdieran el partido, lo que pasa es que las canastas de los otros no las vimos, aunque existieran. No creo que el camino para alcanzar puntos de acuerdo o de encuentro pase por satanizar al contrario. Eso hace el señor Spada con Erc, y seguramente los de Erc harán otro tanto con Spada o quienes piensen como él. Esas actitudes solo consiguen magnificar la brecha entre ambas posturas, en vez de menguarla.
Al margen de esto, quisiera quedarme con esta frase:
“…nadie toleraría que se le instalase un desconocido en casa bajo pretexto que es mejor que su propia casa.”
Porque está claro que en torno a ella se posiciona gran número de gente, más o menos veladamente, más o menos descaradamente. La idea de contemplar un territorio como “mi casa”, una casa sin paredes, una casa a la que no puede entrar nadie más que yo o los míos, una casa que procuro mantener limpia, pero sin preocuparme por las demás casas, es la causa última de los dos grandes males en torno a la inmigración. Primero su existencia, pues está claro que si todos distribuyéramos mejor la riqueza, sin mirar tanto a esa casa nuestra invisible, la emigración ni siquiera tendría razón de ser. Existirían los viajeros, no los emigrantes. Y segundo el rechazo a esa inmigración previamente generada. Vienen de fuera de mi casa a invadir mi casa, así que tengo que hacer todo lo posible por mantenerlos fuera de mi casa.
Ante esto me imagino dos posibles soluciones. No digo que sean las únicas, solo que son las que se me ocurren a mí. Una sería eliminar esas casas imaginarias, la otra sería ensanchar sus paredes hasta que abarcasen al planeta entero, en lugar de solo nuestro pedazo de terruño. Así seguro que acabábamos con la emigración y sus inconvenientes.
alfil
17:45 | 23 Agosto 2006 | Permalink
¿Ven qué fácil? Y se queda tan fresco el tío. A veces te superas a tí mismo de autópico perdido que te pones. La metáfora de las casas está bien, pero en el mundo real lo cierto es que las cosas no son tan sencillas. Es lógico que cada uno empiece por tener bien arregladito su propio terruño primero, antes que ir por ahí desfaciendo los entuertos del mundo mundial. Sí, es cierto que todo estaría mejor si la humanidad estuviera unida y todo eso, si todos fuéramos más solidarios, más generosos etc, etc… pero lo que hay es lo que tenemos, y con estos mimbres hay que hacer un cesto. No será el mejor de los cestos, pero bueno, tampoco vamos a dejar de hacerlo por eso.
Jorge Marsá
10:26 | 26 Agosto 2006 | Permalink
Una buena conducta catalana
ARCADI ESPADA
[El Mundo, 26 de agosto de 2006]
Querido J:
Uno de los libros que más quiero empieza diciendo: «Siéntate, relájate, estás a punto de empezar a leer el nuevo libro de Italo Calvino». Si una noche de invierno, un viajero. Siéntate, relájate, amigo mío, que estás a punto de leer a Carod-Rovira. Hace unos días quisieron saber su opinión sobre el voto de los inmigrantes. Apenas podía disimular su malhumor y su rechazo. Dijo que sí, porque no se atreve a decir otra cosa, pero de inmediato estableció las condiciones que debían de cumplir los peticionarios: «Una voluntad de integración en el país, y en sus derechos democráticos, su cultura, su lengua y su sistema de vida». Esos mismos días hubo otras palabras sobre el asunto de diversos líderes nacionalistas, los señores Felip Puig, de Convergència, y Duran Lleida, de Unió Democràtica. Todos coincidieron con Carod, aunque fuera con otras palabras.
Hemos hablado alguna vez sobre este asunto. Y creo que coincides conmigo, aunque más educadamente, en un aspecto crucial: la necesidad de eliminar la putrefacta hipocresía de la discusión. Todo se ve mejor, clarísimo yo diría, cuando se asume que el inmigrante es un empleado y el país que lo acoge una empresa. Las razones de la inmigración son abrumadoramente económicas, y es desde este punto de vista como cabe analizar los problemas. En este sentido, me parece un gran avance la formulación del vínculo entre los inmigrantes y Cataluña que Convergència Democràtica propone. Quizá la hayas ya leído: un contrato con Cataluña. Que esa formulación sea un acto de inmoralidad, y que incluya la confusión entre costumbres y valores de la que luego te hablaré, es lo de menos. Su gracia crucial es la transparencia, el hecho de que refleje con tan notable economía la esencia de la relación entre un inmigrante y su empresa. No conozco un solo país que enfoque la inmigración como un acto de caridad. Y, al mismo tiempo, no conozco una sola razón, una sola y minúscula razón ética, que pueda impedir a un ser humano moverse por la tierra e instalarse allá donde quiera. Por desgracia no hay todavía una ley universal y ese movimiento del hombre ha de acomodarse a leyes cambiantes. Aunque esas leyes sean de justicia desigual, un elemental principio de la realidad obliga al inmigrante a cumplirlas. Lo que me solivianta, y me pone entre la arcada y la pared, es la exigencia de plusvalía. Esto que Carod llama la integración en el país, su cultura, su lengua y demás zarandajas. Me pregunto por qué no me lo pide a mí, esto. Yo, que soy un desintegrado y además lucho por la desintegración de Cataluña: ¿por qué no se atreve a exigírmelo, dime?
La actitud del nacionalismo catalán (y holandés, por ejemplo) de convertir en valores lengua, cultura y costumbres es tan falaz y ridícula como el nacionalismo tout court. Pero es que tampoco cabe exigir a un hombre sometimiento a los valores. Basta con exigirle que cumpla la ley, y la ley debe ser igual para todos. Los ingleses se lamentaban del considerable porcentaje de ciudadanos islámicos que anteponen Mahoma a Inglaterra. Y bien, ¿cuál es el problema? Como el nacionalismo, la religión es muy poco saludable. Pero basta con la ley para impedirle que atufe a la sociedad con su incienso y que extienda más allá de lo privado su influjo perverso. El asunto clave, sin embargo, es que nuestros hipocritones no quieren legislar. Prefieren los contratos, la mano izquierda (y blanda), que no se diga. Una amiga holandesa me explica que en la ciudad de Rotterdam hay 45 mezquitas. ¡45 mezquitas en una ciudad de 700.000 habitantes! ¿Acaso la ley no puede invocarse contra esta usurpación del espacio público? ¿Es que la ley, detallada y con sus reglamentos, no puede ilegalizar la poligamia si es que los gobernantes de un Estado consideran que la poligamia atenta contra los Derechos Humanos? Cada vez que abren los ojos, después de exhalados sus discursos, nuestros hipocritones se sorprenden del aspecto que ofrece el mundo: es impresionante, pero una vez más sus epístolas no han transformado la naturaleza humana. Las derivas religiosas y las derivas nacionalistas siguen congregando adhesiones y, lo que es peor, adhesiones independientes del grado de alfabetización o de renta de las víctimas.
A ningún inmigrante se le puede exigir algo más que la ley. Mucho menos el totalitarismo sentimental que los nacionalistas pretenden imponer y que, por obvias razones, no puede traducirse en la ley. Los nacionalistas quieren inmigrantes. Claro que sí. En todas partes y a lo largo de la Historia, y salvo épocas muy cortas de crisis, los inmigrantes son necesarios. En el caso concreto catalán, los inmigrantes se quieren y se temen como en todos lados. Pero hay un temor que sobresale de la balanza: la posibilidad de que los inmigrantes desfiguren el proyecto nacionalista. Todos los nacionalistas saben que la fuerza de su proyecto es al mismo tiempo su debilidad: si Cataluña tiene alguna importancia demográfica, económica, cultural y política se lo debe, en gran medida, a los inmigrantes; pero los nacionalistas saben que los aluviones inmigratorios afectan a la cohesión de su proyecto y retardan el alba esperada. Los nacionalistas pretenden así una negociación difícil. Te voy a traer unas palabras de un libro interesante, aunque a ratos demasiado convencido de que la clase obrera va al paraíso. Se llama La lucha por Barcelona, y lo ha escrito Chris Ealham. En muchos de sus capítulos se alude a la política nacionalista respecto a la inmigración de los años 20 y 30. Entonces gobernaba el catalanismo de Esquerra Republicana. «Otro rasgo constante de los pronunciamientos de ERC sobre el paro fue su énfasis en las nefastas consecuencias de la inmigración. Esquerra atribuía el desempleo a una oferta excesiva de mano de obra (obreros que habían ido a trabajar a Barcelona antes de la Exposición Universal de 1929), y abogaba por la repatriación de los inmigrantes no catalanes. En otras palabras, ERC interpretaba el desempleo en términos nacionalistas. Resulta irónico que con la izquierda liberal por primera vez en el poder en 1930, el partido gobernante definiese la inmigración como ‘una ofensiva contra Cataluña’ y explotase el tema políticamente, pese a que Barcelona llevase recibiendo a trabajadores no catalanes desde la década de 1880. El discurso de ERC formaba parte de una estrategia deliberada para dividir a la clase obrera en términos étnicos y entre los que trabajaban y los que no trabajaban».
Lo que se infiere del retrato de Ealham, de las condiciones estipuladas por Carod y del contrato convergente es uno y lo mismo: la exigencia de inmigrantes «sanos». Es decir, de aquellos que aseguren su adhesión al proyecto catalanista. No difiere tampoco de las intenciones morales de los patronos de las antiguas colonias fabriles. Allí se encerraba a los obreros para que trabajasen en la sal o en el textil; pero también para que adquiriesen una cosmovisión inofensiva. Se exigen sus manos y su espíritu.
Está bien, está bien. Pero yo creo que pagan poco.
La carta es ya muy larga. Habrá una segunda sobre el asunto.
Sigue con salud
A.
josechu
23:44 | 29 Agosto 2006 | Permalink
A pesar del tono simpático que desprende el texto de Millás en La Provincia lo narrado me resulta muy crudo. Curiosa reflexión.
Publicado hoy en La Provincia
QUÉ DURO ES TODO
JUAN JOSÉ MILLÁS
En algunos despachos de gente muy seria se ha calculado ya el valor económico de la historia de Natascha Kampusch, la niña que ha permanecido secuestrada desde los 10 hasta los 18 años en un zulo practicado debajo de un garaje. Un periódico ha ofrecido doscientos mil euros por ser el primero en entrevistarla. Pero la puja no ha hecho más que empezar. Habrá que ver lo que valen sus memorias para hacernos una idea de lo que ha supuesto su cautiverio. Cada vez hay menos distancia entre los conflictos morales y su reflejo económico. No comprendemos el valor sentimental de una noticia hasta que no se convierte en euros. Y todas son convertibles. Si usted no puede vender su divorcio a una publicación, su divorcio es irrelevante desde cualquier punto de vista que se mire. A lo mejor ni le compensa llevarlo a cabo. Piénseselo, no vaya a comenzar el curso con el pie equivocado.
En los cayucos llegan todos los días menores secuestrados por el hambre. Son sus propios padres quienes los depositan en las balsas sin saber siquiera a qué costa arribarán. Han leído bien: sus progenitores los conducen hasta la frágil embarcación, le pagan a Caronte el precio de la travesía y los abandonan a su suerte tras recordarles que deben enviar cuanto antes una remesa de dinero europeo a la familia. Si lo piensas, ahí hay una historia.
- ¿Qué tal una entrevista con uno de esos niños de diez o doce años que se juegan la vida para llegar a Canarias? -le preguntas al redactor jefe.
- Hay demasiados niños en esa situación. A ver si encuentras en Internet algo de interés sobre Natascha Kampush, aunque sea mentira.
La niña austriaca se ha convertido en una industria. No sabemos si conoce el valor del dinero. Quizá sí, porque veía la tele. No habrá ejército de psicólogos ni de padres ni de policías capaz de frenar la maquinaria económica que ha empezado a moverse en torno a ella. Hay muy poca oferta de casos como el suyo y muchísima demanda, sorprendentemente. Niños senegaleses tenemos a punta de pala, ya empiezan a cansar. Además, nadie los ha violado durante la travesía. Qué duro es todo.
josechu
1:30 | 30 Agosto 2006 | Permalink
Me parece muy sensato el análisis de Tristán Pimienta sobre la situación en el País Vasco después del anuncio de tregua, el quinto comunicado etarra de amago de ruptura y el reciente pronunciamiento del presidente del PNV, Josu Imaz.
Publicado hoy en La Provincia.
EL PNV Y LOS PRESOS
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
Mientras el PP sigue rechazando de plano cualquier forma de negociación con ETA, casi en el otro extremo el PNV saca la cabeza tras un prolongado margullo y Josu Jon Imaz plantea la necesidad de que el Gobierno proceda a un acercamiento de los presos al País Vasco “por una cuestión de derechos humanos” y para encarrilar el proceso. Pero el caso es que conviene aprender del pasado: José María Aznar se precipitó al ordenar el acercamiento de los terroristas detenidos a Euskadi, antes de que las negociaciones con la banda llegaran a algo sólido. Cuando la dirección etarra consideró finalizada la tregua… ¿para qué sirvió la medida que ahora reclama un PNV que de manera constante viene pidiendo árnica para aliviar las penas de los violentos? Con el antecedente del intento negociador que protagonizó el Partido Popular quedó claro que ni el acercamiento ni las excarcelaciones pueden producirse ´antes de´ sino ´después de´. En otras palabras: no son mercadería para demostrar buena voluntad sino que deben constituir uno de los objetivos de la negociación, descartado el pago de un precio político. ¿Qué puede obtener ETA al final del camino? Pues precisamente el acercamiento de los presos y una política responsable de excarcelaciones.
Lo que ocurre es que el PNV se ha fijado el objetivo de aprovechar la negociación impulsada por el presidente Zapatero con la organización terrorista para hacer caminar por el atajo el ideario nacionalista de ´máximos´, aunque ya no sea el Plan Ibarretxe, pero que tampoco deja de serlo. El Partido Nacionalista Vasco, loro viejo no aprende idiomas, no ha arrinconado su intención de avanzar políticamente como consecuencia del fin del terrorismo. Por eso pretende que el Gobierno entregue ahora, antes de cualquier acuerdo, los ases que tiene en su mano. Si se desprende de medidas como el acercamiento de los presos y un programa de excarcelaciones… ¿qué le queda para negociar con ETA?
Justo lo que quiere el PNV. Se tendría que hablar del ´modelo´: se pondría sobre la mesa la autodeterminación, el futuro de esa pretenciosa y gaseosa Euskalerría con trozos de España y de Francia, y otros aspectos relativos a la soberanía que ya han sido reiteradamente rechazados por las instituciones constitucionales.
Para que no exista un “pago político” - que rechazan tanto el PP como el PSOE- las discusiones sobre la reforma estatutaria han de avanzar conforme a las pautas que han significado los debates parlamentarios sobre el nuevo Estatut de Catalunya y los demás que ya han finalizado su tramitación o están aún en fase de debate. Pero este es un tema que incumbe a los partidos implicados, con la premisa, enunciada por destacados dirigentes socialistas, de que la mejora no puede hacerse sin el consentimiento de alguno de los grandes partidos nacionales. Es decir, ni la ´mesa de partidos´ ni el Parlamento vasco conseguirían nada con sacar adelante a las bravas, como pretendió hacer con el desquiciado Plan Ibarretxe, algo que no satisfaga a la parte no nacionalista (PSOE y PP), que no sólo representa casi a la mitad de los ciudadanos vascos, sino al resto de los ciudadanos de la Nación.
Tras el fracaso de la solución voluntarista y mesiánica impulsada por el lehendakari como si se tratara de un ´fin de la historia´ que consagraría el nacionalismo mediante la fórmula de apagar el incendio con más gasolina, la pelota quedó en el tejado del Gobierno. A partir de entonces el equipo de Zapatero consideró que la forma de acabar con la violencia no era mediante el mercadeo con el PNV sino consiguiendo la rendición formal de la banda armada, para lo que habría que negociar con ella si se daban las condiciones oportunas. Ello implicó una pérdida del protagonismo y el liderazgo de Ajuria Enea. El lehendakari y el PNV se fueron difuminando, se fueron retirando de la primera línea del debate nacional, hasta quedar situados en un segundo plano, como oyentes.
Así las cosas, han aprovechado el malestar de la cúpula etarra por la intransigencia del Gobierno, que insiste en que se cumplan las insalvables condiciones constitucionales, que Batasuna renuncie a la violencia, que ETA inicie la fase que conduzca a la entrega de las armas, para tratar de meter un gol y recuperar las fotos en las portadas: es cuando Josu Jon Imaz saca a relucir el tema recurrente de los presos, su vuelta al entorno familiar y un goteo pautado de medidas de gracia. Pero cada cosa tiene su tiempo. ([email protected])
Jorge Marsá
10:23 | 1 Septiembre 2006 | Permalink
¿Cualitativa o cuantitativa?
Juana de Bengoechea Estrade
[Basta Ya, 1 de septiembre de 2006]
En estos días, una se pregunta si la postura a adoptar frente al totalitarismo debe tomar más en cuenta su cualidad de intrínseca perversión, o al contrario, la cantidad de sus fervorosos seguidores; o sea, si es una cuestión cualitativa o cuantitativa. Y se lo pregunta porque una de las “disculpas” que más se oye respecto de las negociaciones con los terroristas asesinos y totalitarios de ETA es: “ya, pero tienen 150.000 seguidores ¡algo habrá que hacer con ellos!”.
Bueno, es una realidad innegable; a por lo menos el 12% de los ciudadanos del censo electoral de Euskadi no les parece condenable asesinar al vecino por pensar diferente; eso se llama totalitarismo; tenemos que concluir que como un 10% de los vascos son totalitarios. Una realidad tristísima.
Cuando se pone esta cuestión negro sobre blanco, en seguida vienen los “redentores” a decirte: “pero no… ¡qué barbaridad! Muchos de ellos no están de acuerdo…”; y te los presentan como pobres cautivos de no se sabe qué decisión transcendental, y como desprotegidos menores de edad que no se dan cuenta de lo que hacen cuando introducen una papeleta (legal o ilegal) en la urna; ergo, ¡hay que rescatarlos!
Los nacionalismos que llamamos democráticos, son los más fervorosos entre estos redentores de jaleadores de asesinos. La razón que se da más frecuentemente para comprender este afán misionero respecto de los pro-etarras, es la vocación de “recogenueces” del nacionalismo democrático. Pero yo no acabo de estar de acuerdo; cierto que la tentación de recoger las nueces era casi invencible (un poco de verdadera convicción humanista hubiera ayudado a vencerla, sin duda); pero cierto también que fue ejercida “de tapadillo”, de forma vergonzante, por una reducida cúpula política; y cierto que, pese a los abundantes testimonios y documentos que acreditan esa labor de comisionistas de la sangre, hoy todavía es negada.
Yo creo que la razón del redentorismo hay que buscarla en la misma definición del nacionalismo; en su definición de laica –aunque litúrgica- religión; religión a la búsqueda de un paraíso terrenal perdido por los creyentes, por el PUEBLO, pueblo que tras una larga expiación de no se sabe qué histórico pecado común y colectivo, volverá a recobrar ese Edén; una definición del nacionalismo que lo desborda del ámbito político, para convertirlo en un movimiento que abarca todos los ámbitos de la existencia. Nada puede ser más revelador que el lema actual del Gobierno Vasco: “Aurrera doan HERRIA (con mayúsculas)”: Un PUEBLO en marcha”; en la traducción al castellano, suavizan lo de “pueblo” transformándolo en “país”. (Son frecuentes las diferencias de matiz entre lo que los nacionalistas escriben en euskera y lo que escriben en castellano; constituye una prostitución del euskera que, en sus manos, deja de ser lo que debe de ser todo lenguaje: comunicación, para convertirse en una contraseña: una forma de reconocerse los miembros de ese movimiento, supuestamente inaccesible para los excluídos; pero ése es tema para otro artículo).
Para el nacionalismo, los etarras son parte de ese Pueblo, protagonista colectivo de la Historia. Prescindir de ellos supondría mutilar y empequeñecer al Protagonista, al Pueblo que por definición –como todos los “protas”- es bueno, noble, y merecedor de recuperar el Paraíso. Desde un punto de vista nacionalista, los etarras son necesarios porque son vascos, porque son parte del sujeto colectivo; por ello, hay que creer que la bondad colectiva también anida en ellos, y bucear buscándola contra todas las evidencias; y por ello, deben de ser redimidos, contra viento y marea, entre la violencia y el chantaje, aguantando lo que sea, ofreciendo inacabables oportunidades y mendigando diminutas complacencias…; todo ello en medio del dolor de ciudadanos vascos individuales, y todo ello para mantener al Pueblo intacto. Un Pueblo intacto en la Historia, bien vale el sacrificio de un ciudadano en el día a día.
Todo ello muy decimonónico y muy Antiguo Régimen; es algo sabido y repetido. Lo que es una novedad de los últimos tiempos es que el argumento: “ya, pero tienen 150.000 seguidores ¡algo habrá que hacer con ellos!”, lo empezamos a escuchar de voces no nacionalistas. El argumento cuantitativo, el de que la cantidad nos disculpa de enfrentarnos a la perversión cualitativa, lo escuchamos ahora de personas no nacionalistas. Tiene su lógica, en realidad; siempre ha sido el argumento, la justificación, del que, sea nacionalista o no lo sea, negocia con el totalitarismo.
Yo, a ese argumento cuantitativo le opondría la tesis de que, muchos o pocos, por razones cualitativas, no se puede sentar a totalitarios en la mesa de la Democracia; en ésta ya se sientan, en plenitud de derechos, los que piden la Independencia de Euskadi, la creación de una Euskal Herria política, o el monolingüismo en euskera. Si 150.000 personas no eligen a estos últimos como opción política y prefieren a ETA, es por que se decantan por el único factor diferenciador: el totalitarismo junto con sus instrumentos: la violencia, la extorsión, y la sangre. Todos somos ya mayorcitos y cada uno es responsable de su elección. Cualitativamente, ETA no se puede sentar a la mesa de la Democracia, sean los que sean sus seguidores. Si eso supone que en vez de un 75% de participación ciudadana vamos a tener un 63%, pues habrá que asumirlo como una triste realidad y tendremos que reflexionar sobre la forma de hacer más pedagogía democrática entre los ciudadanos. Y desde luego, es en esa mesa democrática, en la única, donde se deben debatir los distintos proyectos políticos.
¡Qué absurdo resulta hablar a estas alturas sobre la inaceptable cualidad del totalitarismo! Y peor, qué necesario es cuando se alzan nuevas voces redentoras, no nacionalistas, que -atendiendo a la cantidad: “porque son muchos”- disculpan la necesidad de entenderse, de llegar a acuerdos, con los totalitarios. Comprendíamos los mecanismos de esa pulsión en el caso de los nacionalistas, pero en el caso de los que no lo son y que ahora se unen a ese coro “redentor”, son incomprensibles; o quizá, inconfesables. Sea como sea, los que defendemos que por su cualidad totalitaria ETA –se disfrace como se disfrace- no puede ser interlocutora democrática, cada vez somos menos; ahora bien, hay que recordarlo, no es un problema de cantidad, sino de calidad democrática.
miguel h.
10:57 | 1 Septiembre 2006 | Permalink
No le falta razón a Juana en muchas de las cosas que dice. Hay un par de ejemplos sintomáticos de esta singular naturaleza vasca. Su equipo de fútbol, el athletic de bilbao; y su equipo de ciclismo, el euskaltel euskadi. Ambos tienen en común una cosa: solo engrosan sus filas deportistas de origen vasco. Hay muchos que ven algo romántico en esto, sin embargo a mí siempre me ha parecido algo enfermizo, qué quieren que les diga.
Sin embargo, me parece que excluir a todos esos totalitarios, como el articulista sugiere, separar aun más la brecha entre ellos y los demás, no conducirá a nada bueno. Y efectivamente, la razón no es otra que porque son muchos. ¿qué tenemos que hacer? ¿los exterminamos a todos? ¿los metemos en una caja? Están ahí y urge encontrar puntos de acuerdo. Me da igual que no condenen la violencia, si nos negamos a que haya comunicación entre las distintas posturas, jamás podrá haber acercamiento entre estas. La brecha se hará más grande, ellos se pondrán el traje de víctimas incomprendidas y se radicalizarán aun más. Ese no creo que sea el camino. Quienes se empecinan en que no haya diálogo, porque son terroristas, no saben que también se están empecinando en que la herida jamás cicatrice… o puede que incluso algunos lo sepan. Cuando uno se pone a pensar en lo que pasaría si esos totalitarios de izquierdas desaparecieran, no puede evitar deducir que entonces su contrapeso en el otro lado de la balanza, los de la derecha más rancia, tampoco podrían justificar su existencia. Ambos opuestos se necesitan y no dejarán que nadie les fastidie el ventorrillo.
pedro
14:57 | 1 Septiembre 2006 | Permalink
De la España que emigra a la España que acoge
escribe Ángela García
Durante los últimos años las pateras, los cayucos, las piraguas y lanchas originariamente usadas por los pescadores han protagonizado una lamentable aplicación. Parten de Senegal, Guinea, Malí, Marruecos, Argelia, Cabo Verde, Mauritania con grupos de personas desde tres docenas a medio centenar, sin comida ni agua suficiente, recorren entre 130 y 960 kilómetros para llegar a las costas españolas de Gran Canaria, Cádiz, La Gomera, Tenerife, Fuerteventura, Lanzarote, convertidos en una versión “moderna de tráfico negrero”. Nunca llegan todos los que parten, y los que arrivan vienen deshidratados o moribundos. Estamos hablando de la inmigración africana, pues por otros caminos y medios llega la de Latinoamérica (Ecuador, Colombia, Perú, República Dominicana) y la de Europa del Este (Rumanía, Ucrania, Bulgaria).
El número de inmigrantes en España hoy es igual a la tercera parte de los habitantes suecos y la mitad de éstos (1.647.011) son ilegales. Todo lo cual se enfrenta en el momento de forma desesperada. Las consideraciones sobre integración, asimilación o no asimilación ya no tienen preponderancia. Las noticias de cada día son reiterativas: “nubes de cayucos”, “alud de pateras” “peste de cayucos”. Los emigrantes que han llegado en el verano, han recibido ayuda humanitaria de los turistas y de la Cruz Roja. Luego son remitidos a Centros de Acogida que en Canarias ya están desbordados, y en las últimas semanas se han enviado a Centros de Internamiento para Extranjeros en Valencia, Murcia, Madrid y Málaga. Luego estarán sujetos a repatriaciones masivas, las cuales empezaron a finales de mayo cuando en cumplimiento del llamado “Plan Africa” se repatriaron cerca de un centenar de senegaleses, por lo cual hubo airadas protestas de jóvenes en Dakar. Otros métodos que se empiezan a aplicar son las vallas anti-inmigrantes como las de Ceuta y Melilla, con cadenas de detectores, radares, cámaras de visión nocturna y diurna que rastrean la llegada masiva de personas a 2000 metros de distancia, vallas con sistemas antidisturbios homologados y siergas de acero trenzado. Son como plagas, se los espera con miedo, como un fenómeno irracional que activa el rechazo frontal. Los que logran quedarse se someten a verdaderas torturas sociales que van desde el racismo y la discriminación a la explotación abominable de mafias de prostitución y de la economía sumergida o se hacinan en los también llamados “pisos pateras”.
Unos dicen que la avalancha migratoria se debe a la regularización de inmigrantes ilegales en España que funge como invitación del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Y los que se defienden de éste señalamiento introducen el planteamiento, no menos cierto, que la inmigración clandestina no es un problema de índole nacional, sino una cuestión que debe abordarse desde una perspectiva europea. Y como siempre la sensación de que los partidos quieren extraer dividendos políticos de la masacre humana con las mutuas acusaciones. La verdad es que nadie ha planteado una forma clara de abordar el problema que apenas empieza pese a las alarmantes dimensiones actuales. El gobierno español habla de más seguridad y control, más cooperación diplomática, sólo en tercer lugar sitúa la ayuda humanitaria y “más Europa” concluye. Pero la perspectiva debe ser esencialmente humana e histórica y esto es lo que plantean las instituciones solidarias con los inmigrantes, que están alentando una reflexión, no sólo desde el punto de vista antropológico y sociológico, sino artístico, para que la comunidad civil se despabile frente al fenómeno.
De España a América
Ejemplo de ello es la película “Un franco y 14 pesetas” del director Carlos Iglesias, el libro “Inmenso estrecho” (25 escritores escriben relatos o cuentos sobre la inmigración) y la exposición “De la España que emigra a la España que acoge” en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Esta exposición que luego será llevada a otras ciudades españolas es una muestra de la historia de la emigración española a América y Europa en contraste con el éxodo actual hacia este país. Sobrecoge al comienzo la instalación de Fernando Clavería, escaleras rudimentarias recostadas en un muro y otras caídas, que se topa con el panel que cierra la muestra, hecho con objetos personales abandonados por inmigrantes en las playas de Cádiz bajo el título: “el cuerpo del náufrago el único continente”.
En total son alrededor de cuatrocientas piezas originales, (fotografías, audiovisuales, documentos y objetos provenientes de archivos españoles, europeos, americanos y de colecciones particulares) organizadas en ocho áreas temáticas que ilustran la emigración española a América; los períodos de exilio desde 1939, cuando fue derrotada la República española, hasta la de 1950 cuando atravesaron los Pirineos a la Europa del desarrollo; el profundo conflicto del retorno o la permanencia y finalmente España, país de acogida. Cuatro millones de españoles llegaron a América para enriquecerse. Distinta fue la emigración en 1939 y sobre todo en 1950 pues los países de acogida tenían una economía organizada que racionalizó la mano de obra calificada sin menoscabo de la dignidad de los recién llegados. De estos movimientos humanos se nutrió España para la modernización de su economía.
Se pueden ver los contrastes que golpean la conciencia: Saqueo o intercambio de la fuerza de trabajo; ascenso en la escala social o capitalización de la fragilidad humana y xenofobia. Y se puede ver en detalle la compleja disyuntiva entre quedarse o regresar, definida en una frase lapidaria: “Estoy cansada de no saber dónde morirme”. Es una visión humana que se propone restablecer los lazos sensibles de la comunidad oriunda hacia los extranjeros, fugitivos de la miseria, el hambre y los conflictos bélicos.