Turismo y petróleo

31 de Julio de 2006 · (Economía)

Juan Jesús Bermúdez Ferrer

[Canarias Digital, 31 de julio de 2006]]

Estamos ante el momento de máxima producción histórica de petróleo, en alguna fecha entre el año 2005 y el año 2010, según importantes geólogos. Desde 1962 ha disminuido la tasa de descubrimientos de grandes yacimientos: en el año 2005 consumimos seis barriles por cada uno que se descubre, y esa relación se incrementará en los próximos años, ya que existen pocas probabilidades de invertir el descenso histórico de descubrimientos de nuevas reservas. Desde los años ochenta, el mundo consume más petróleo que el que descubre, y no se puede producir lo que no se ha descubierto previamente.

De los 65 países productores petrolíferos mundiales más importantes, 54 ya han pasado su cenit de producción, esto es, cada año producen menos. El mundo necesitaría en los próximos veinte años de “diez nuevas Arabia Saudi” para afrontar el incremento de las necesidades de crudo de la economía internacional, una economía que cada año requiere de más combustibles fósiles para su funcionamiento, pero que paradójicamente va a afrontar el declive anual de su producción. Finalmente, el mundo no podrá producir–consumir mucho más de 84 millones de barriles de petróleo al día. Es más: comenzará en breve a producir cada año menos, con tasas de decrecimiento de entorno el 3-4%, según las previsiones más optimistas.

El turismo de masas surgió como tal fenómeno en los años 50 del pasado siglo, tras la segunda guerra mundial. Nacieron las grandes aerolíneas de la aviación civil y se prodigaron en el mundo los establecimientos de ocio. Mientras que en ese año practicaron esa actividad 40 millones de personas, esta cifra alcanzó los 500 millones en el año 2000. El turismo de masas es consecuencia directa de la creciente producción histórica del petróleo abundante y barato. Pero el petróleo barato y abundante ha terminado, y comienza su declive.

Comienza una era “histórica” de inseguridad energética y un creciente y permanente incremento del coste de los precios del petróleo, como ya estamos viendo, acompañada de una guerra por los recursos porque, lamentablemente, se está imponiendo un “sálvase quien pueda” en la gestión de la segunda era del petróleo, especialmente por parte de los EE.UU.

La economía turística es, sin duda alguna, uno de los sectores más vulnerables ante la realidad de los precios cada vez más caros del crudo, y uno de los que primero sentirá este nuevo escenario. Con el barril de petróleo a 100$ ó a 200$, cifras que sin duda viviremos, debido a factores geológicos, los espacios turísticos sufrirán la carestía continua del combustible, el declive de muchas de las actuales compañías aéreas, y la crisis económica de los países emisores de turistas. Estamos ante el declive también, pues, del turismo de masas.

Canarias comenzó su auténtico despegue turístico hace 26 años, en el año 1980, cuando apenas llegaban un millón de turistas a las islas. Desde el año 2002, con más de 10 millones de visitantes, las islas sufren una ralentización evidente de esta actividad, y una pérdida relativa de ingresos y visitantes. Sin embargo, es nuestra obligación hablar de una más que probable pérdida continúa de actividad turística en las islas, debido a los factores mencionados, en el inmediato futuro.

No creemos que se deba ocultar la realidad, porque con ello perjudicamos a muchos ciudadanos/as, y sería una actitud irresponsable. El aparente y efímero triunfo del bajo coste, o los repuntes puntuales de la entrada de turistas no nos debe permitir ocultar el escenario que dictan los recursos físicos, y que veremos en Canarias más pronto que tarde: la crisis, con carácter crónico, del sector de mayor actividad económica y de creación de empleo de las islas.

La sociedad canaria , sus instituciones, organizaciones y medios informativos tienen dos opciones ante este escenario: volver la cabeza a la realidad, negando las evidencias físicas, y esperar a que el declive energético nos haga pagar las consecuencias a una sociedad no preparada, o afrontar desde el realismo este cambio impresionante en nuestra realidad social y económica. Únicamente desde la responsabilidad, la anticipación, la cooperación y el interés colectivo podremos afrontar este complejo reto que nos está tocando vivir.

1 Comentario

  1. Jorge Marsá

    10:46 am · 31 Julio 2006

    Me imagino que todos estaremos de acuerdo al señalar lo que hacemos en Canarias ante el peligro que se denuncia en el artículo: mirar hacia otra parte. Y así va a seguir siendo, a causa de la forma en la que los humanos afrontamos este tipo de situaciones. Cuando un problema nos desborda o choca con la forma en la que pensamos o nos sentimos incapaces de resolverlo, nuestra reacción suele ser: bien obviar el problema, bien quitarle importancia, y además cambiar nuestra forma de pensar para que no entre en contradicción con esa realidad para la que no creemos tener solución. Los psicólogos lo llaman disonancia cognitiva.

    Y la disonancia cognitiva, y la experiencia, nos indica que hasta que no sea muy evidente el problema del petróleo en su relación con nuestras lentejas, con la industria turística, en Canarias continuaremos mirando hacia otro lado… todo el tiempo que nos sea posible, que no parece que vaya ser mucho. Quizá nos quede una década para hacer como si no nos diéramos cuenta.

    Pero mientras, y en consecuencia, como si no pasara nada: así que continuamos hablando de contener las camas y del ocio complementario, de sus campitos de golf (que aquí se riegan con petróleo) y de sus circuitos de carreras de coches (más petróleo).

    No obstante, el artículo tiene un problema: parece que el gran problema es la escasez de petróleo que se avecina. Es innegable que esa escasez será una realidad en poco tiempo. Sin embargo, el gran problema es justamente el contrario: la gran cantidad de petróleo del que aún disponemos para quemar, para continuar provocando el cambio climático que ya ha comenzado. Y aquí la amenaza resulta incluso mayor para la industria turística canaria, y aquí sí que no queremos ni mirar.

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