Jueves, 28 de Septiembre de 2006

Iconos y banderas

José Antonio Morillas Brandy

[La Provincia, 27 de septiembre de 2006]

Entre tantos seudomensajes liberadores y humanizantes como nos encontramos hoy, parece que a algunos puristas y antiideólogos les molesta que haya símbolos religiosos en espacios educativos. Confundiendo el sentido religioso de la vida, con el “comecocos” de una doctrina deformante de la realidad.

En el caso concreto del cristianismo un crucifijo, ¿supone siempre que un centro educativo se convierta en un lugar de culto? Es como decir que un campo de fútbol queda “santificado” por tanto santiguarse los jugadores. O el hecho de que los componentes de un equipo hagan ofrendas a la patrona de una diócesis pueda significar que todos han sido catequizados y que Mª de Nazaret va a ser una buena valedora para los triunfos deportivos.

Por ello, antes de valorar el hecho, convenga matizar conceptos para situar las filias o fobias a lo religioso. Porque religión es la ejecución de una serie de ritos que quieren conectar de algún modo con un ser superior y eso no se debe hacer en el aula. Por lo que se impone la implantación de una laicidad como cauce que posibilite un talante ético capaz de fomentar la convivencia y el contraste de pareceres en una sociedad civil y pluralista. Pero no un laicismo agresivo que deje al pueblo a merced de las ideologías de las élites.

Algunos pensadores y periodistas han vuelto a plantear este asunto ya antiguo bajo el prisma de que se estaba repitiendo la “guerra de crucifijos” de la II República. Aunque conviene recordar que agresiones y adhesiones a los símbolos –no sólo al crucifijo– hubo en los dos bandos, pues al fin y al cabo, los iconos eran un “pretexto” para descargar las filias y fobias de unos y otros. Por citar un caso paradigmático, celebrándose en Granada una protesta callejera al compás de La Internacional, abrirse un balcón de la casa de un clérigo y entonar al piano la Marcha Real. O asustarse algunas personas de orden porque en una de las torres de la catedral de la ciudad nazarí apareció la bandera negra anarquista, comprobándose después que era el sacristán que tomaba el sol plácidamente y había abierto un paraguas de ese color. Fue tal el cúmulo de prescripciones que para tocar las campanas o tener enterramiento católico había que pagar o llevar encima la cédula que expresase ese deseo. En suma, repiques, procesiones, himnos, músicas, imágenes, jugaban el papel de catalizador entre actitudes muy dispares. Lo que vino a echar por tierra aquel deseo de Azaña cuando decía que para ser patriota era preciso apoyarse “en las zonas templadas del espíritu”.

Gracias a Dios y a un sano proceso de secularización, la Iglesia no es un grupo de presión o autodefensa –aunque algunos mandatarios puedan aspirar a ese papel– ni mayoritariamente pretende imponer valores contrarios a un mundo humano y educado cívicamente. Incluso en algunos sondeos ocupa lugares últimos en cuanto al margen de confianza que suscita como institución entre los ciudadanos y ciudadanas. Actualmente, los colegios sólo colocan en sus aulas la foto de los reyes de España y la bandera rojigualda. Pero ¿y si hubiese padres o alumnos ácratas y/o republicanos, no se verían violentados en sus creencias? Parece que es poner una cortina de humo cuando no se encuentran razones de peso para echar abajo el icono de la bondad y la justicia. Porque a la hora de ejercer la solidaridad y transmitir esperanza sobran banderas e imágenes postizas.

A los pocos días de llegar destinado a nuestro colegio de Las Palmas, al entrar en mi aula observé con cierto enfado que algunos graciosos habían puesto el crucifijo boca abajo. Sin grandes alharacas el director laico y yo mismo les hicimos saber que esa persona no se merecía tal burla y que lo único “malo” que había hecho durante su corta existencia fue amar y servir al que lo necesitaba. Pasado el incidente, veo ahora aulas sin crucifijo o una simple cruz de madera. En cambio, sobre todo en exámenes, veo sobre las mesas un buda, una estampa “cristiana”, una oración, un santiguarse o lo más “in” colgarse un rosario a ser posible de plástico y de llamativos colores, como un fetiche “que me trae suerte”, dice un examinando. A nivel capitalino, ahora que van a poner esa enorme bandera en la Fuente Luminosa, para que nadie se sienta ofendido, deben poner la de Canarias, Europa, las deportivas, las negras, la tricolor, etc. Me quedo con un gran estandarte que lleva el blanco de la paz y la tolerancia y el verde de la esperanza, para que con sentido solidario y justo, logremos una isla no aislada y sí ennoblecida. En medio de tanta confusión de símbolos e ideologías excluyentes, vivir con el alma puesta, es decir, sentir, latir, no vegetar y no perder el barco de la vida.