Viernes, 29 de Septiembre de 2006

“El Político”, de Maquiavelo

Fernando Marcet Manrique

Nota previa: Antes que nada quisiera decir que éste no es un alegato contra la clase política. Sino un alegato contra un sistema que convierte a los políticos en adversarios, contrincantes inmersos en una competición que deja al margen cualquier consideración que no sea la búsqueda del objetivo final. Ganar las elecciones.

He releído El Príncipe de Maquiavelo, por enésima vez, y nunca deja de sorprenderme la innegable actualidad de su mensaje.

Este es un libro de esos que según quién lo lea y cómo lo lea puede adquirir un sentido u otro completamente distinto. Si uno se considera “príncipe” y se toma los consejos de Maquiavelo al pie de la letra, sin duda les sacará buen provecho y se dará cuenta de que todo lo que dice el florentino es acertado cuando de alcanzar metas se trata. Pero si se hace una segunda lectura un poco más cuidadosa podremos llegar a entender que lo que nos muestra Maquiavelo es una cruda realidad. Y nos la muestra generosa y fríamente para que nos enfrentemos cara a cara con ella. Nos dice: miren, así somos, así son nuestros gobernantes, así piensan, así se comportan. Por eso no fue extraño que los poderosos de su época no llegaran jamás a reconocer la figura de Maquiavelo en público. No les debió hacer mucha gracia que alguien contara de forma tan certera cuáles eran sus tejemanejes y a lo que eran capaces de llegar con tal de hacerse con el poder. Los consejos de Maquiavelo no eran colaboraciones, sino puñaladas soterradas a los reyes y príncipes.

Es como si yo escribiera el siguiente consejo a un banquero: Usted piense que las personas son miedosas, y que nada temen tanto como la pérdida de sus ahorros. Y una de las consecuencias más notables que tiene el miedo es que dificulta el raciocinio, pues el miedo es un instinto natural que nació para combatir un riesgo inminente, no uno mantenido. Ahora bien, a usted le interesa que la gente tenga miedo continuamente, porque de ese modo jamás dudará en usar sus servicios. Por eso, lo que debe hacer sobre todas las cosas es conseguir que ese miedo siempre esté presente.

No me negarán que éste puede ser un buen consejo, acertado incluso. Pero asimismo acordarán conmigo que a un banquero no le gustaría nada ver publicado algo así. Porque con este consejo lo que estoy haciendo es retratar al banquero. También me retrato a mí, es cierto, y es posible que la historia sólo recuerde mi maldad y cinismo, en lugar de la del banquero, como ha pasado con Maquiavelo. Pero si pensamos que Maquiavelo era una de las inteligencias más finas de su época, y que escribió otros libros en los que defiende la democracia como el mejor de los sistemas, tal vez podamos concluir que El Príncipe no es lo que parece.

Maquiavelo es uno de esos personajes universales que todo el mundo cree conocer, aunque no se tenga de él más que una noción superficial y vaga. En realidad, no se trata más que de un nombre que ha perdurado en el imaginario colectivo, como tantos otros, al que asociamos inmediatamente una sencilla frase, sin que nos parezca que haya mucho más que decir sobre él, como si dicha frase resumiera magistralmente su entera existencia. Le podemos equiparar, de este modo, a otros como Sócrates, “Sólo sé que no sé nada”; Descartes, “Pienso luego existo”; el Che Guevara, “Es mejor morir de pie que vivir arrodillado”, y otros muchos. En este caso, la frase de Maquiavelo vendría a ser “El fin justifica los medios”. A mí todas estas frases siempre me han parecido como libros en blanco, un montón de páginas sobre las que cada cual podría escribir, interpretar, cualquier cosa, pero que en realidad no dicen demasiado en sí mismas, y mucho menos pueden hacer justicia a quienes las dijeron, lo mismo que difícilmente puede un sólo titular o epitafio resumir toda una vida.

Pero no quiero desviarme más del tema, porque lo que en realidad quería decir en este artículo es lo siguiente. La cuestión, pues de cuestionar hablamos, es que me he hecho las siguientes preguntas. ¿Cómo sería El Príncipe si Maquiavelo en vez de nacer en 1469 hubiera nacido quinientos años después, en 1979? ¿Cómo sería El Príncipe si Maquiavelo lo hubiera escrito en el 2006, en lugar de en 1513? ¿Cómo sería El Príncipe si en lugar de haber nacido su autor en la Florencia de los Médicis, hubiera nacido en el Lanzarote de los Rosa?

Bien, pues yo he jugado, por puro divertimento, ese papel. Me he creído Maquiavelo y me he permitido reflexionar acerca de qué estrategias serían las más acertadas para que un político alcanzara su gran objetivo. Que es, como recordamos, llegar a la presidencia, alcaldía o cuanto menos consejería o concejalía. Me he permitido ver la política desde ese punto de vista con el que casi todos la contemplan, una suerte de competición que bien podría enmarcarse en unas olimpiadas cualesquiera, cada cuatro años celebrada, pero que en lugar de repartir medallas reparte cuotas de poder.

Para empezar, obviamente, el título de su libro habría sido diferente. En lugar de llamarse El Príncipe, se habría llamado “El Político”. Algunos fragmentos de dicho libro podrían ser los que siguen:

Sé que todavía hay quienes creen que la política es otra cosa, una especie de arte que tiene como objeto la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Pero desengáñense. Eso son ilusiones típicas de adolescentes soñadores, de poetas bohemios o de utópicos crónicos. La política es una competición. Y, como en cualquier competición, sólo vale una cosa. Ganar.

En esta competición hay dos tipos de personas. Los que participan activamente y entran a saco en el juego y los que simplemente se dedican a decidir quiénes son los ganadores del juego, votándoles o dejándoles de votar cada cuatro años, normalmente. El objetivo de los primeros es convencer a los segundos de que les voten a ellos y no a los rivales… Por todos los medios que les sea posible. Todavía hay un tercer tipo de personas, son aquellas que se mantienen aparentemente al margen del juego, pero al que en realidad prestan toda su atención, ayudando a unos participantes o a otros con el único fin de sacar rédito a la medalla que su candidato obtendrá gracias, en parte, a ellos. A estos últimos podríamos llamarlos patrocinadores, y aunque su presencia es importante, e incluso decisiva, los pasaré por alto, pues aquí no se trata de dar consejos más que a los que pretenden ganar por sí mismos alguna medalla.

Una vez has decidido entrar en el juego como participante activo, tienes que tomar una primera decisión. No es irrevocable, pero sí que has de tener en cuenta que esa primera elección marcará de forma importante tu tipo de juego e incluso tu percepción del juego. Esta primera decisión consiste en elegir equipo. Puedes escoger en conciencia, pero tampoco importa demasiado. Lo único que has de tener en cuenta es que lo importante consiste en llevarte alguna medalla al final, así que lo que debes hacer es asegurarte de que apuestas por caballo ganador.

Has de hacerlo con tiento y teniendo plena conciencia de cuáales son tus posibilidades reales. No es lo mismo jugar en el Madrid que en el Getafe. Probablemente en el Madrid tendrás más posibilidades si consigues entrar en la lista de convocados, pero ten en cuenta que en el Getafe tendrás más opciones para destacar. Pero las cosas no son tan sencillas, porque en este juego cambiar de equipo no está bien visto. Por mucho que destaques en el Getafe, y precisamente si destacas, no vas a poder fichar luego con el Madrid de buenas a primeras, sino que tal vez te veas condenado a jugar en tu primer equipo durante el resto de tu vida. Por eso, mira pros y contras, piénsatelo bien y luego decide.

También te puedes creer tan bueno en el juego que te consideres capaz de, con tu sola presencia, hacer que un equipo considerado mediocre, consiga grandes resultados gracias a ti. Pero no es recomendable esta actitud. Por muy bueno que te creas, es prácticamente imposible que llegues a ningún sitio sin un equipo medianamente competitivo. Así que, primera regla. No juegas sólo. Puedes ganar o perder, pero el equipo seguirá existiendo mucho después de que tú lo dejes, lo mismo que existía antes. Otra cuestión es que te crees uno de cero, a medida; en ese caso las reglas son un poco distintas.

Ésta es una competición un poco especial, una competición en la que el control del tempo es importantísimo. Saber esperar y tener paciencia hasta encontrar el momento justo es crucial si quieres subir al podio. No te precipites jamás, no suscites las envidias de tus compañeros de partido, no te hagas notar demasiado hasta que te sientas realmente preparado. Porque, si bien es cierto que sin equipo no puedes llegar a ningún sitio, no es menos verdad que al principio tus principales rivales no estarán tanto en los equipos contrarios como en el propio. No en vano tu primer objetivo consistirá en encaramarte poco a poco a los principales puestos de la lista de tu partido. Has de hacerlo con mucho tiento, sin llamar la atención, procurando que parezca que son los demás los que te eligen para el puesto, no tú quién lo pide.

Míralos como adversarios, pero siempre teniendo en cuenta que también son compañeros de partido. Es un doble juego que al principio te costará un poco, pero con la práctica te saldrá solo. Sopesa con juicio certero las virtudes y defectos de cada uno. No te será difícil hacer estos análisis en las distintas reuniones y charlas que tengas con ellos. Tienes que averiguar quienes te pueden poner las cosas más difíciles y actuar en consecuencia.

Ahora supongamos que has llegado al número uno de tu partido. Sé que es mucho suponer y que nos hemos saltado unos cuantos pasos, pero es que esto no puede ser más que un pequeño artículo introductorio.

Una vez que llegas a lo más alto de tu partido has de centrarte de lleno en tu siguiente paso, el más importante. Conseguir votos. Antes que nada, unas elecciones se deciden siempre en los últimos meses de legislatura. Algunas, incluso en los últimos días. Por supuesto, si has estado en la oposición has debido ocuparte de machacar al gobierno conveniente y concienzudamente. Todo va mal, hay que ver lo mal que lo están haciendo y esas cosas. Pero tampoco te preocupes demasiado, porque el verdadero partido, el decisivo, se juega al final. La memoria de las personas es así, por mucho que queramos somos incapaces de recordar las cosas que pasaron hace tres años con la misma claridad que lo que sucedió hace uno. Así pues, aunque el gobierno lo haya hecho todo perfecto durante su legislatura, lo cual significaría necesariamente que tu partido lo hizo mal, al no haber sabido extradimensionar sus pequeños fracasos, ten en cuenta esta importante cuestión. Las elecciones se ganan o se pierden en los últimos meses.

Por supuesto, si llegas al poder y pretendes mantenerlo, esta premisa es igualmente válida. Tu último año ha de ser impecable, debes ser plenamente consciente de que durante los otros tres has de ahorrar de cara al último. Que no te preocupen las críticas durante ese tiempo. Aguanta el chaparrón lo mejor que puedas y ahorra como una hormiguita previendo las necesidades que tendrás ese último año. En la política algunas veces es mejor dejar para mañana lo que puedes hacer hoy. Y es que en ese el último ejercicio tendrás que finalizar todas las obras, organizar todos los eventos y demostrar, en resumen, que tu gobierno es un gobierno activo, que hace cosas constantemente y que trabaja para el ciudadano. Cuando todos esos votantes indecisos, que son los que siempre hacen ganar o perder unas elecciones, se presenten en el colegio, harán memoria y pensarán en todo lo que se ha hecho últimamente. No tratarán de recordar cómo eran las cosas dos años atrás, eso les parecerá demasiado tiempo, su balance se limitará a comprender unos pocos meses o como máximo un año. Por tanto, un año es tiempo más que suficiente. También hemos de considerar que los seres humanos somos animales de costumbres, y un año es tiempo sobrado para que cualquier persona se acostumbre a que las cosas sean de cualquier forma… y piensen que siempre van a ser así.

Tal vez haya exagerado un tanto con este relato. Si alguna persona metida a político lee estas líneas es posible que incluso se sienta ofendida, al considerar que les achaco tanta frialdad en sus actos y tan escasos escrúpulos morales. Les será fácil entender ahora que muchos de los príncipes a los que Maquiavelo presentó su escrito más célebre lo rechazaran sin miramientos. Porque Maquiavelo, igual que yo he hecho en estas líneas, no dijo nada nuevo, simplemente se limitó a dejar por escrito las prácticas que por aquel entonces eran comunes de cara a hacerse con el poder, así como para mantenerlo.

Como dije al principio, ésta no es una crítica hacia los políticos, sino hacia la política actual. Hemos convertido el concepto de política en sinónimo de competición pura y dura, absolutamente al margen de matizaciones éticas. Y digo yo: ¿cómo es posible dejar al margen la ética cuando la política, en teoría, consiste en el bienestar y mejora de las ciudades y sus ciudadanos, el país y sus paisanos? ¿No requiere la misma concepción de “bienestar” hacer un juicio ético para saber en qué consiste ese bienestar? ¿Cómo es posible entonces que hayamos convertido la política en esto?

Porque no se crean, tal vez yo haya caricaturizado un poco, debido a la brevedad, pero los partidos políticos hoy en día están repletos de Maquiavelos. Maquiavelos más maquiavélicos que el propio italiano. Asesores de imagen, asesores de campaña, ayudantes, colaboradores personales y un largo etc. Todas ellas, personas pagadas exclusivamente para optimizar la imagen de los partidos y de los políticos de cara a un único y exclusivo objetivo: Ganar.

Precisamente salió una noticia el otro día. El ministro Montilla había contratado como asesor personal a uno de los guionistas de Buenafuente. ¿Para qué querrá un guionista un político?, se preguntarán ustedes. Pues se lo pueden imaginar. Pero no hablemos sólo de Montilla, todos los partidos, incluso los más modestos, saben que una buena estrategia y una buena imagen son cruciales si se quieren obtener mejores resultados. Mucho más cruciales, por ejemplo, que un buen programa o la garantía de realizar una actividad política coherente. Y es que, en el fondo, todos conciben la política como un gran juego, una magnífica competición en la que los prejuicios éticos sólo tienen cábida cuando tenerlos puede suponer alguna ventaja electoral. Me parece una tremenda impostura que deberíamos desenmascarar de una vez porque nos aleja, sin ningún genero de dudas, de lo que debería ser la verdadera política, lo que durante un tiempo fue y jamás debió dejar de ser, el arte de hacer de las polis, llamemoslas pueblos, ciudades, autonomías o estados, lugares mejores para vivir.